Estados Unidos

INCENDIOS

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by Daniel Dimeco

En el camino de vuelta, el aire se iba haciendo más frío a medida que avanzábamos hacia el este y nos alejábamos del fuego, y el cielo estaba claro y estrellado salvo donde el resplandor de la ciudad se alzaba en el horizonte. Mi madre paró en Augusta…

Una historia feroz en Great Falls, Montana. Una mirada adolescente sobre las relaciones humanas, sobre la relación madre-padre y el deseo.

Incendios
Richard Ford
Anagrama 2015 (Colección Compactos)
Traducción de Jesús Zulaika

MI MADRE

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Little Rock, Arkansas. 1960. By Inge Morath

Estación de la Grand Trunk Western de Lansing. El aire se arrastra por el lomo del lago Erie hasta la cara del adolescente Richard Ford. El brazo en alto, saludando, en un intento filial por conservar el calor con la mano de su madre apoyada en el cristal empañado del vagón del tren. Estaba llorando. Adiós decía. La infancia ha tocado a su fin y el camino madre-hijo se abrirá en un ángulo cada vez más obtuso.

Después de eso comenzó la vida que llevaríamos hasta el final. Una vida fragmentada, truncada, de visitas largas y cortas. Cartas. Llamadas telefónicas. Telegramas. Encuentros en ciudades lejos de casa…

Década de 1960. La esperanza de Estados Unidos se centra en un líder joven y atractivo, John Kennedy. La Guerra Fría entra en un túnel cada vez más gélido: Berlín, Bahía de Cochinos, misiles en Cuba, Praga, Vietnam… Mientras tanto, la esperanza de Richard Ford se centra en convertirse en un hombre, en ser sí mismo, en encontrarse a través de la búsqueda hasta hallar un camino, un sitio, un trozo de espacio que dé refugio al adulto. Que lo cobije para que ser capaz de seguir adelante con la sensación de controlar cada milímetro del camino, cada costura del traje…

Así y todo, habiendo pasado muchos años, a pesar de haber recorrido kilómetros, cuando el teléfono suena de madrugada para comunicar que han ingresado a un ser querido, se marca una línea divisoria, un antes y un después. Se puede oír, incluso, el trazo que hace la línea rasgando la piel. El antes es asesinado de inmediato y hay que recolocarse en el nuevo ordenamiento, en el después ya convertido en el ahora.

Richard Ford hace un verdadero ejercicio de comprensión, intenta acercarse (desmedida ambición) a las insatisfacciones y placeres de su madre aligerando el daño que producen los mordiscos de los recuerdos. Una lectura breve en la que se palpa cómo la madre y el hijo a pesar del dordón umbilical son y serán seres desconocidos.

Mi madre
Richard Ford
Anagrama (2010)
Traducción de Marco Aurelio Galmarini

@DanielDimeco

SOY YO, ÉDICHKA

Stephen Shore 1

by Stephen Shore

Odiaba el mundo que transformaba a tiernas chicas rusas que escribían versos en seres jodidos por la bebida y las drogas, que hacían de putas para unos millonarios que les exprimían el alma. Eduard Limónov vive en una habitación minúscula del hotel Winslow, una especie de ratonera para inmigrantes en la esquina de Madison con la calle Cincuenta y Cinco. Trabaja durante un tiempo de auxiliar de camarero en el Hilton y es entonces cuando empieza a detestar Estados Unidos. No tan sólo por una cuestión ideológica (él venía de la Rusia soviética y allí era poeta), sino porque Elena, su joven mujer rusa, con la que llegó de Moscú, le abandona por un rico norteamericano. Es un tema de carácter personal.

¿Dónde está esa Lena lacrimosa, con el perro maltés blanco, negro de la suciedad del deshielo de febrero en Moscú, que apareció en un momento dado en mi casa, huyendo de Vitia, su marido de cuarenta y siete años? Pasa el tiempo y Limónov se sigue preguntano por Elena, por la mujercita suave de la que se enamoró locamente. Elena y él se complementaban en el sexo, pero el idealismo de Limónov y la necesidad desesperada de ella por dejar atrás cualquier tufo soviético y engullir los aromas de Occidente no coinciden plenamente. Él nunca deja de ser ruso. Ella lucha por despojarse de esa piel.

En su obsesión, Limónov llega a arrepentirse de no haber tenido un hijo con Elena. Vagabundeando por Washington Square sueña con secuestrarla, ahora que ella lleva mucho tiempo con otro hombre, llevarla a la dacha de unos amigos y fecundarla en el encierro. Un sueño que se diluye, pero en el que cree con firmeza y desea desesperadamente. Es el sueño de un solitario, un hombre que deambula por las calles de Nueva York (se jacta de conocerlas mejor que nadie) buscando el contacto, físico o de palabra, con algún ser humano que le ayude a atemperar la rudeza de una ciudad que no resulta muy simpática. Busca entrar en mujeres quebradas psicológicamente o abre su cuerpo para acoger los sexos de hombres mayores o de negros que se acomodan entre cartones en alguna plazoleta del West Side.

Eduard Limónov me recuerda a Allen Ginsberg pero con alma rusa (que siempre es otra clase de alma). Ambos aúllan desde sus guaridas mentales como los lobos. Los dos se comen los kilómetros de Manhattan con el deseo en la boca y las gargantas ardientes por el vodka y la ginebra. Limónov y Ginsberg van tras las sombras de hombres y mujeres y cantan Ojos negros y vuelven a beber a la salud de sus ánimas inquietas.

Soy Yo, Édichka
Eduard Limónov
Marbot Ediciones 2014
Traducción de Ana Guelbenzu

@DanielDimeco

FRANCAMENTE, FRANK

The remnants of a roller coaster sits in the surf three days after Hurricane Sandy came ashore in Seaside Heights

Montaña rusa, Nueva Jersey

Después de un huracán, la gente se mueve como las hormigas coloradas a las que un desalmado les ha pateado el hormiguero. Los humanos pierden el ancla, van y vienen como las gallinas sin cabezas y acaban refugiándose en los recuerdos que sobrevuelan las viejas casas, las arrasadas y las que han tenido la fortuna de permanecer en pie.

Frank Bascombe, el legendario personaje de Richard Ford, narra con autocrítica racial y muchas copas de acidez las cuatro historias que surfean sobre el ojo del Sandy, el huracán que asoló parte de la Costa Este de Estados Unidos en 2012.

Los cuervos están encaramados sobre la capa de nieve aguada y a través del cristal observan a los humanos hablando sobre temas totalmente norteamericanos: matrimonios (preferentemente fallidos), racismo, consumo, mercado inmobiliario… Un telón de fondo de a ratos sombrío y de a ratos humorístico asentado sobre una catástrofe natural de gravísimas consecuencias humanas.

Y una ex-mujer, la del propio Frank Bascombe, que ha sido de las afortunadas, de las que no perdieron la casa, aunque el Parkinson se le ha metido para siempre bajo la epidermis.

Francamente, Frank (Anagrama 2015)

@DanielDimeco

A LA CAZA DE LA MUJER

by Ren Xinyu

El único amor que conocí fue pornografía de creación propia. Los únicos amantes que deseé irradiaban una desconfianza hacia los hombres que me excluiría siempre. Sucumbí a las fantasías sobre Jean Hilliker y la poseí durante unos breves segundos depravados de droga. En marzo de 1958, James Ellroy invocó una Maldición y tres meses más tarde asesinaron a su madre, Jean Hilliker. Desde entonces, su historia cogió un rumbo marcado por el fantasma de Hilliker.

La Maldición es el eje estructural de A la caza de la mujer (Mondadori 2011). Además de ser una radiografía maravillosa de la psicología obsesionada por cazar, cazarlas a Ellas, a las mujeres que conoce o se imagina, a las que espera en la oscuridad a las que lo llamen por teléfono, a las que espía. A las que, incluso, llegan a maridar con él. Ellroy quiere cazarla, a Ella, a esa madre asesinada en un callejón de El Monte, una barriada deprimida a las afueras de Los Angeles, cuando él tenía diez años.

En 1978, James Ellroy volvía al Sunset Strip, donde se congregaban las prostitutas, con la persistencia del calenturiento hijo de un reverendo. Ellroy quería que Una Mujer o Todas Las Mujeres fueran Ella y por eso se embarcó en esa búsqueda desesperada de mujeres a las que no siempre les reclamaba sexo, muchas veces sólo quería hablar.

Invierno de 2005 y Ellroy ha pasado por las drogas, la depresión y conoce el extenuante éxito del escritor comercial. Hasta ahora la vida ha sido: Hijo único / huérfano / perseguidor de faldas / marido a tiempo parcial. Ese es el retrato que el propio Ellroy hace de sí mismo desde que nació hasta la cincuentena. Frente a lo que ha sido se presenta lo que puede ser y con ellos la probable calma.

@DanielDimeco

EL MAL DE PORTNOY

Condones japoneses

Ojalá alguien, de algún modo, consiguiera liberarme de mis obsesiones: la felación y la fornicación, los amoríos y la fantasía y la revancha, ¡las muescas en la culata y la persecución de sueños!, ¡esta desesperada e insensata lealtad al pasado más antañón!…

En El mal de Portnoy (DeBolsillo 2012), de Philip Roth, como en las comedias de Woody Allen, la madre es el virus letal que inocula a los hijos las más terribles aprensiones y taras que van a marcar de por vida las relaciones amorosas y sexuales de las víctimas. Instantes que van desde el humor más ácido a la tragedia sin intermedios. Dice Alex Portnoy, el protagonista, hijo de padres judíos sufrientes por los posibles avatares del futuro: ¡Anda que menuda lista de agravios tengo! ¡Anda que son pocos los odios que llevo dentro sin haberme enterado!

Por alguna extraña razón, el autor nacido en Newark siempre acaba enredándome en sus historias, incluso en este «mal» que por momentos su narración se alarga más de lo conveniente. Empiezo a leer sus novelas y enseguida escuece la epidermis. La temática de la culpa entra en acción en El mal de Portnoy y recorre el cuerpo a través del torrente sanguíneo (judío o cristiano), hinchando los capilares, regando el cerebro y sembrando de terrores al niño-adolescente: miedo a la sífilis si mira el coño de una shikse (mujer cristiana), enfriamiento y muerte si asoma la cabeza por la puerta un día de invierno, problemas gástricos de por vida si come una hamburguesa fuera de casa (y probable muerte). Padecer estreñimiento de por vida como le ocurre a su padre y un largo etcétera de temores incubados desde el nacimiento al arrullo doloroso de la yiddishe mame. ¿Y qué mejor que Charles Aznavour para este momento: Elle organise, elle décide tout au long de sa vie.

A diferencia de otras novelas de Roth como Me casé con un comunista, Pastoral americana o La mancha humana, El mal de Portnoy se cuece a fuego lento en la propia cocina de una familia judía estadounidense y resalta la imposibilidad (enfermiza) de anteponer el amor por encima del juego erótico, de los meneos corporales y apasionamientos de tonalidad wagneriana que afectan al protagonista.

LA TRAMA NUPCIAL



Los problemas amorosos de Madeleine empezaron cuando sus lecturas de teoría literaria desconstruyeron la idea que tenía del amor. Esta es la frase que al autor de La trama nupcial le inspiró para escribir la novela.
Jeffrey Eugenides es de esos autores que se toma su tiempo y que, entre una novela y la siguiente, deja pasar casi una década, permitiendo que los lectores reposen lo leído, reposa él y, mientras tanto, elabora la siguiente historia. Todas son historias de calidad, eso sí. Ciertamente una rareza en este sinfín de publicaciones escritas a toda prisa entre gallos y medianoche antes de que la efímera fama decaiga o se evapore.
Eugenides ha demostrado con Las vírgenes suicidas (1993), Middlesex (2002) y La trama nupcial (2011 en inglés y 2013 en español por Anagrama) que tiene una especial maestría para trabajar como técnico de las conexiones cerebrales de los personajes que crea. Desde aquellas cinco hermanas Lisbon que optan por el suicidio sin que quede demasiado claro el motivo (madre castradora, idea romántica, depresiones de adolescentes) a esta nueva novela en la que la bipolaridad de uno de los personajes va adquiriendo proporciones cada vez mayores hasta «viciar» completamente toda la trama.


Alumno de Harvard (foto Reuters)



La trama nupcial se centra en un menage à trois cuyo vértice es Madeleine, una joven en su último año de estudios y sin saber por dónde conducir su vida. Entorno a Madeleine giran dos hombres: el novio bipolar aspirante a científico (Leonard) y el amigo enamorado de los estudios sobre religiones (Mitchell) que cree que yendo a la India va a encontrar el sentido de su existencia. A diferencia de Las vírgenes suicidas en la que a cada giro de página el lector puede encontrarse con una sorpresa, en esta novela Eugenides rasga la carne y hunde la navaja recorriendo los circuitos cerebrales y las sensaciones de fracaso que experimentan los personajes en un buceo por aguas turbias y muchas veces fétidas.
Un viaje desde el amor teórico a la realidad. Una necesidad desesperada de salvarse de los rigores y azotes de la mente.

CANADÁ. LA MAESTRÍA DE UN ARTESANO



Foto by Justin Lane


Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. Así comienza Canadá (Ed. Anagrama 2013), la última novela de Richard Ford (Mississippi, 1944).

Partreau es un sitio fantasma en medio de la inmensidad de la provincia de Saskatchewan, Canadá. Allí llegan los Sports, aficionados de los Estados Unidos y del propio Canadá para cazar patos. El viento del norte en el mes de octubre se filtra por las rendijas de la casucha y el olor a humedades se impregna en las fosas nasales y cala los huesos.

A finales de agosto del año pasado, en una terraza semivacía de Madrid, leí un artículo sobre Canadá y quedé prendado del argumento. En ese amor a primera vista tuvo mucho que ver la localización de la novela: entre el noroeste norteamericano y el sudoeste canadiense. Escenarios que producen la misma seducción que en otros lectores las blancas playas del Caribe.
Sin yo saberlo en el mes de agosto pasado, el libro empieza su andadura en agosto de 1960 (el mismo año en que el padre del propio Ford muere de un infarto) en Great Falls, Montana, en el seno de la familia Parsons: padre retirado de la Fuerza Aérea estadounidense, madre judía de origen polaco y dos mellizos, Dell y Berner. Capítulo a capítulo se van a ir sumando otros personajes exquisitamente delineados por el autor, pero sólo los suficientes, los imprescindibles para potenciar la magia de Canadá.
Este es un libro escrito con un gran estilo, un entramado de palabras, sensaciones y reflexiones del personaje narrador que tejen toda una vida en la que los detalles y los avances acerca de hechos que van a suceder con el tiempo refuerzan una historia que nos deja un sabor agridulce, no porque sea extremadamente dura, sino porque nos hace pensar en los cambios repentinos en nuestras vidas, en la precipitada pérdida de la inocencia, en hechos concretos que se gestan lejos de nuestro interior y que acaban remodelando nuestro destino, nuestro presente y futuro. Todo puede cambiar (todo cambia siempre) en cuestión de minutos y sin vuelta atrás.
Canadá ha obtenido elogios de grandes escritores como John Banville o Niccolò Ammaniti.

INTRUSO EN EL POLVO

Si en el sureño condado de Yoknapatawpha, dos minutos después de oírse el disparo de un revólver, se encuentra a un negro junto al cadáver de un blanco y lleva el arma recién disparada en el bolsillo, no cabe duda alguna acerca de quién ha sido el que apretó el gatillo. Probablemente, en otro sitio, ante la misma escena, tampoco.
Aquella noche de fin de semana, los negros no dormían, ni siquiera estaban en la cama sino sentados en silencio a oscuras con las puertas y las contraventanas cerradas esperando el rumor el murmullo de furor y de muerte que pudiese alentar la oscuridad primaveral, esperando a que los Gowrie, los parientes del blanco muerto, ejecutaran su venganza con gasolina y fuego contra Lucas Beauchamp, el anciano negro sospechoso y que no ha negado ni ha afirmado haberlo matado, tan sólo le ha confesado a un chico que su revólver no ha disparado contra un hombre blanco. El adolescente, corriendo contra el tiempo, se dirigirá al cementerio a desenterrar el cadáver.
Intruso en el polvo
William Faulkner
Alfaguara 2012
ISBN: 978-84-204-7504-2

William Faulkner exprime con la maestría de un gigante la atmósfera de quietud previa al vendaval que se vive en un condado del estado de Mississippi en el que la paz entre blancos y negros se ve quebrada de repente por un asesinato y la consiguiente posibilidad de venganza.

Intruso en el polvo (Alfaguara 2012), como Mientras agonizo, son grandísimas novelas, retos de lujo para quienes disfrutan navegando en las exquisiteces literarias.

MYSTIC RIVER

© Cristina Lamata

Dave mira desde la ventana a la acera de enfrente, allí está sentado Jimmy Devine junto a su madre. Se trata del mismo día en que el primero ha regresado a casa después de cuatro jornadas de cautiverio. Todo ha cambiado, todo es diferente, los niños ya no volverán a ser los mismos.
El aroma a tierra mojada y los destellos de las luces de los coches por la avenida Buckingham. Katie contempló cómo desaparecían en el espejo retrovisor mientras tomaba la curva de la calle Sydney y se dirigía hacia la casa. Las gotas de la lluvia caían encima del parabrisas cuando vio que estaba echado como un saco delante de sus neumáticos.
Alguien se acercó con una pistola en la mano…
 
Probablemente haya muy poca gente que no haya leído o visto la versión cinematográfica de Mystic River, la famosa novela de Dennis Lehane, el retratista de los bajos fondos de la ciudad de Boston. La sinopsis de la contraportada de la edición de RBA es por demás seductora: «Nunca dejes que nadie se suba al coche de un extraño. Aunque diga que es policía». Y menos aún si quien sube al coche es un niño que desaparecerá durante cuatro días y volverá completamente transformado. Transformación que le imprimirá un carácter que con los años, ya adulto, lo va a catapultar a la sospecha.

Sean Penn como Jimmy Marcus

Dennis Lehane (Dorchester, 1966) traza un mapa minucioso y excitante de la vida en las marismas, donde los yonquis, las putas y los mafiosos se entrelazan como si todos pertenecieran a la misma especie (o quizás sí pertenezcan a la misma especie). Un trozo de avenida demasiado peligroso donde manda la familia de Jimmy Devine, una mancha en el Boston de las marismas, un barrio arrinconado a los pies de las colinas.
 
La versión que Clint Eastwood llevó al cine en 2003 contó con actores de la talla de Sean Penn y Tim Robbins, ambos galardonados con un Oscar como Mejor Actor y Mejor Secundario respectivamente.
 
 

LAS VÍRGENES SUICIDAS

Gone with the wind by Markku Salo

Entrar en una almoneda y perderme entre los trastos viejos usados por gente desconocida (muerta o viva) para mí es una de las actividades más gratificantes y relajantes. Si a eso le agrego que entre lámparas cochambrosas y candelabros plateados de antigua familia de clase media y orgullosa de serlo me topo con un libro que tenía pendiente de leer desde hacía muchos años, Las vírgenes suicidades de Jeffrey Eugenides, ya el día se convierte en un éxito absoluto.

 
Los adolescentes del barrio no habían tenido jamás un encuentro cara a cara con la muerte. Los últimos muertos de los que habían oído hablar eran los asesinados en los campos de batalla durante la Segunda Guerra Mundial y eso había sido en sitios muy apartados del suburbio junto al lago Michigan, próximo a la frontera con Canadá, donde se desarrolla la historia.
 
Todo comenzó un 9 de julio, cuando una de las cinco hijas de la muy católica familia Lisbon se suicida. A partir de ese momento, durante los siguientes trece meses, los Lisbon, el barrio y la vida de los vecinos va a sufrir un cambio rotundo.
Los insectos muertos se contaban por millares, eran las moscas del pescado que habían infectado el verano y de las que no se podían librar ni siquiera quemándolas, lo que hizo que nos parecieran más muertas que cualquier cosa que pudiéramos imaginar.



La familia Lisbon
Fotograma de la versión cinematográfica dirigida por Sofia Coppola

La muerte está presente en esta novela, claro que sí, pero no tiene la espesura agobiante que podría imaginarse cuando hablamos de cinco adolescentes que optan por el suicidio, porque, lo que la niñas Lisbon querían, incluso después de que muriera la primera de ellas, era vivir… si nos dejan.

Plan premeditado entre las cinco hermanas, depresión profunda, lo que más interesa en la novela de Eugenides es saber qué hay detrás, cuál es el trasfondo que se vive en esta familia que, con su decadencia, marca el retraimiento de todo un barrio antiguamente orgulloso de ser la clase media americana.

Las vírgenes suicidas fue llevada al cine en el 2000 por Sofia Coppola (tráiler).

 

LA MANCHA HUMANA

Philip Roth (Imagen: Pas Un Autre)
La generación nuestra, y la que vivió la década de los noventa del siglo pasado, se identifica perfectamente, en mayor o menor medida, con los valores de Mónica Lewinski. Philip Roth dice al respecto y yo no podría estar más de acuerdo con el Premio Pulitzer y Premio Príncipe de Asturias: La chica (Lewinski) pertenece a esa cultura de la memez. No hace más que cotorrear. Pertenece a esta generación que se enorgullece de su trivialidad. La actuación sincera lo es todo. Sincera y vacía, completamente vacía. La sinceridad que va en todas las direcciones. La sinceridad que es peor que la falsedad y la inocencia que es peor que la corrupción. La rapacería que se oculta bajo la sinceridad…
Príncipe, un grajo de tienda de animales, se inventa su propio lenguaje a partir de las imitaciones que hacen de él los alumnos de los colegios que pasan por allí. Príncipe no «habla» como los demás de su especie, es lo que ocurre por haber estado toda su vida con gente como nosotros. La mancha humana…, asegura Faunia Farley, esa mujer que se asemeja en la fachada a lo que era Lewinski. En La mancha humana, Roth dibuja algunas de las huellas que dejan los hombres y mujeres en todo lo que tocan: Impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen…

Ha transcurrido muy poco tiempo desde que se destapara el affaire Bill Clinton-Mónica Lewinski. La moralidad extrema cubre como una sombra a todo el país y a Coleman Silk, profesor de lenguas clásicas de setenta y un años y ex-decano de la pequeña Universidad de Athena, se le ocurre preguntar por dos alumnos que nunca ha visto aparecer por su clase, pero lo hace de un modo que, a sus rivales, les resulta de corte racista: él quiere saber si, acaso, se han esfumado como humo negro. Lo que desconoce el profesor Silk es que los alumnos eran de raza negra o, dicho de una manera políticamente correcta, eran estudiantes afroamericanos.

No te merecías esa suerte, Coleman. -Le dice su amante, la analfabeta Faunia Farley-. Y lo que es peor incluso que morir, lo que es peor incluso que estar muerto, son los cabrones de mierda que te hicieron esto, que te lo quitaron todo.

 
El aparato de destrucción se pone en movimiento y la mediocridad intelectualoide lo acusa de racismo. Lo paradójico es que el propio Coleman se «despidió» de su color de piel varias décadas atrás, cuando se anotó en la Armada de los Estados Unidos como hombre blanco y fue aceptado, algo que se repitió tiempo después cuando decidió ser académico. Coleman no soporta la presión y se despide de su puesto en la universidad.

Los cabrones de mierda que lo cambiaron todo en un abrir y cerrar de ojos. Te quitaron la vida y la tiraron. Te quitaron tu vida y decidieron que iban a tirarla. Ellos decidieron lo que es basura y decidieron que tú lo eras.

 
La mancha humana, tal y como nos tiene acostumbrados Philip Roth, es una crítica ácida de la hipocresía estadounidense (y de tantos otros sitios), de la Guerra de Vietnam y de las secuelas que padecen quienes convivieron en la selva con el horror y la locura, algo sobre lo que ya ha escrito en las otras novelas que anteceden a ésta y que forman parte de la trilogía que narra el personaje-escritor Nathan Zuckerman: Pastoral americana y Me casé con un comunista.
Escenas de la vida norteamericana que distan bastante de las de la Comédie humaine de Honoré de Balzac, pero que sirven como espejo para una sociedad que ha fracasado en su cometido humanista, si es que alguna vez se lo propuso de verdad.

 

CARIBOU ISLAND

David Vann
Foto: Peter Lyons para Esquire
 
El temporal venía de un lugar más frío, un otoño prematuro que anticipaba un invierno prematuro. El mar de Bering una presencia agobiante, el Ártico invisible pero cercano. Las hojas estaban mudando de color y todavía era septiembre. Los álamos temblones ahora amarillos y dorados.
 
La transición había comenzado sin que los implicados fueran conscientes de ello. O sí, en algunos casos. Los cambios empiezan a gestarse bastante antes de lo que los afectados creen que comienza. En Caribou Island (Literatura Mondadori) los personajes que crea David Vann están inmersos en un torbellino de transformaciones vitales, envueltos por la seducción o el agobio un entorno capaz de adormecer y aplastar por su majestuosidad natural: Alaska.
Una cabaña en la isla Caribou, Alaska
Gary se obceca en la construcción de una cabaña rústica en la isla de Caribou, un sitio donde no vive ningún otro ser humano, conectado al resto de la «civilización» a través de un lago encrespado algunas veces o helado las siguientes. Un lugar que no fue concebido para ser el hogar de ellos dos, sino el final del viaje. Allí ha decidido que debe seguir con su vida y allí le tiene que acompañar su mujer, Irene, temerosa de que una negativa ahonde aún más la soledad que siente desde pequeña.
 
En medio de ambos se encuentra Rhoda, la hija afligida por la relación de unos padres que, probablemente, jamás se han querido, una mujer adaptada al sitio y que prefiere no ver nada de lo que se cuece a su alrededor con tal de casarse en una playa tibia de Hawaii.
 
Carobou Island, como la anterior Sukkwan Island, es David Vann, son tragedias que empujan a la destrucción. David Vann escribe literatura de altos vuelos, de esa que nos hemos desacostumbrado a tener delnte de los ojos «porque bastante dura ya es la vida», las novelas de este autor, nacido en la isla de Adak e iluminado por una reseña en el New York Times, no se leen en chanclas y se caracterizan por una narración exquisita, por momentos lenta, que alimenta al lector para ofrecerle los manjares de las sorpresas que tendrá que afrontar y, entonces, vivirá los efectos de la sobredosis. El universo Vann no es amable, ni conformista, no se desarrolla en sitios fáciles y, seguramente, la temática nos afecta y molesta porque, independientemente del lugar donde se asientan sus historias, todos podemos mirarnos en un espejo agrietado. Al fin y al cabo, como en esta novela de Vann: Al día siguiente tratarían de que todo encajara mejor.
 
Caribou Island
David Vann (Alak, Alaska)
Literatura Mondadori
ISBN: 978-84-397-2422-3
Año: 2011

 

And he’s off. But not for long, por David Vann para Esquire

SUKKWAN ISLAND

David Vann (Alaska, 1966)
© David Delaporte
Lo había leído en alguna parte: las novelas de David Vann son muy buenas, duras, pero excelentes.
Hace un par de semanas, comiendo con la escritora María Tena, escuché lo mismo de su boca y entonces fue cuando pensé que ya era el momento de «lanzarme a los brazos» del universo literario Vann. Ahora estoy segudo de que haber leído Sukkwan Island (Ediciones Alfabia) ha sido de las mejores y más placenteras decisiones de la semana.
Ediciones Alfabia
ISBN 978-84-937943-2-3
Pags. 210

La fuerza arrolladora de la naturaleza de Alaska me condujeron al encierro, al aislamiento en la isla de Sukkwan con dos personajes peculiares: Jim Fenn, el padre, y Roy Fenn, el hijo de trece años que ha cedido a la solicitud del primero y ha dejado a su madre, hermana y amigos en California y se ha trasladado a pasar una temporada con Jim (James Edwin, como el padre del autor) en una isla en medio de la nada en el estado de Alaska donde todo está por construirse, incluso o, sobre todo, la relación paterno-filial que ha sido desmigajada desde que sus padres se divorciaron cuando Roy era un niño. 


Roy observaba a su padre todo el tiempo y no veía ninguna grieta en la cáscara de su desesperación. Su padre se había vuelto insensible. Y luego Roy llegó un día después de una excursión que había hecho solo y encontró a su padre sentado ante el aparato de radio con la pistola en la mano.

Las primeras 125 páginas de Sukkwan Island son de inmersión en ese mundo extramadamente duro que construye David Vann: la propia naturaleza agreste e indómita, la preocupación por sobrevivir en un medio hostil al que hay que sumarle la propia y compleja psicología de unos personajes enjaulados en sus pensamientos e incapaces de relacionarse entre sí. No veían nada por la ventana, salvo la lluvia y el granizo y a veces la nieve que caían en ángulos que cambiaban constantemente.
Todo plan para salvar una relación, la que sea, puede ser bueno, pero es difícil que resulte si no se abandonan las propias aspiraciones en pro de las aspiraciones conjuntas, sin ser capaces de escuchar las necesidades de la otra parte. Algo de esto ocurre en esta gran obra de Vann quien, a su vez, atrapa al lector con los giros inesperados y desconcertantes propios de alguien que continúa el legado de compatriotas tan grandes como William Faulkner y Cormac McCarthy.

CANON DE LA MEJOR LITERATURA NORTEAMERICANA DEL SIGLO XXI

Canon improbable de los últimos 15 años, por Eduardo Lago para El País Cultura
Partiendo de la gran obra La broma infinita, escrita en 1997 por David Foster Wallace, diseñamos un canon de la mejor narrativa estadounidense del siglo XXI.

David Foster Wallace, Jonathan Franzen,
Joyce Carol Oates y Jennifer Egan
©Agustín Sciamarella

Joyce Carol Oates. Blonde (2000).

Michael Chabon. Las asombrosas aventuras de Kavalier y Klay (2000).

George Saunders. Pastoralia (2000).

Richard Russo. Empire Falls (2001).

Richard Powers. El tiempo de nuestras canciones (2003).

Marilynne Robinson. Gilead (2004).

Annie Proulx. Mala tierra: Gente del Wyoming (2004).

William T. Vollman. Europa central (2005).

Dave Eggers. Qué es el qué (2006).

Cormac McCarthy. La carretera (2006).

Denis Johnson. Árbol de humo (2007).

Joshua Ferris. Entonces llegamos al final (2007).

Richard Price. Lush Life (2008).

Thomas Pynchon. Vicio propio (2009).

Colum McCann. Que el vasto mundo siga girando (2009).

Colson Whitehead. Sag Harbor (2009).

Lydia Davies. Cuentos reunidos (2009).

Jonathan Franzen. Libertad (2010).

Jennifer Egan. El tiempo es un canalla (2010).

Chang Rae Lee. Rendidos (2010).

Don De Lillo. Punto Omega (2010).

Téa Obreht. La esposa del tigre (2011).

Junot Díaz. Cómo conseguir que tu chica te abandone (2012).

Louise Erdrich. La casa redonda (2012).

Sherman Alexie. Blasfemia (2012).

  Una tensión narrativa que no palidece, por Eduardo Lago para El País Cultura