Un disparo agudo, mudo de palabras, un balazo gutural nacido de la matriz del miedo, gestado en la intranquilidad de las amenazas, eleva los ladridos de los perros de toda la calle…
Daniel Dimeco
INCENDIOS
En el camino de vuelta, el aire se iba haciendo más frío a medida que avanzábamos hacia el este y nos alejábamos del fuego, y el cielo estaba claro y estrellado salvo donde el resplandor de la ciudad se alzaba en el horizonte. Mi madre paró en Augusta…
Una historia feroz en Great Falls, Montana. Una mirada adolescente sobre las relaciones humanas, sobre la relación madre-padre y el deseo.
Incendios
Richard Ford
Anagrama 2015 (Colección Compactos)
Traducción de Jesús Zulaika
LA MANADA
21 de enero. Se vive uno de los veranos más calurosos que recuerdan en el Karoo. Las lluvias no descuelgan su llanto y la calima que envuelve a los pocos seres vivos que salen a la superficie, los decapita. Por el cielo pasa alguna que otra nube blanca, proyectando su sombra sobre las arenillas de este territorio en medio de ninguna parte. El ganado se dispersa buscando pastos tiernos y se interna enloquecido de sed en el río Sondags hasta que la corriente lo arrastra. A pesar de que las ventanas de la casa de los Oonde van Graan permanecen abiertas en las horas más frescas, las pieles arden con el roce del aire del desierto y los muros irradian fuego. Por las noches se eleva la sinfonía de los grillos cortejándose y el runrún monótono de las cigarras copulando hasta morir inundan los silencios durante el día.
Tres vidas jóvenes, contenidas en una granja del sudafricano desierto del Karoo, llenas de deseos carnales y de rencores del pasado. Una familia, que constituye una especie en sí misma, sobreviviendo en un medio hostil, luchando con lo único que tiene: mentiras y medias verdades, destinadas a vencer a los otros y a sostenerse en pie. Una familia de la generación blanca post-Apartheid, que lame sus propias heridas, y trae hasta el presente los vicios de aquel régimen racista y su lógica de violencia y dominación.
La manada es un viaje a la carnalidad más primitiva y a uno de los mayores tabúes.
Premio Max Aub de teatro en castellano Ciutat de València 2016. El jurado destacó el valor dramático de la obra, la creación de una atmósfera cautivadora y un imaginario excitante y original.
Autor de la obra: Daniel Dimeco
Edición en preparación
UN SUDOR MORTAL EN LA FRENTE
En aquel tiempo sonreían sólo los muertos, deleitándose en su paz, y vagaba ante cárceles el alma errante de Leningrado. Partían locos de dolor los regimientos de condenados en hilera y era el silbido de las locomotoras su breve canción de despedida. Nos vigilaban estrellas de la muerte, e, inocente y convulsa, se estremecía Rusia bajo botas ensangrentadas, bajo las ruedas de negros furgones.
Anna Ajmátova en Réquiem
Dedicado a Kostas Chantzopoulos, traductor al griego de La mano de János, sin cuyo empeño y generosidad nada de esto habría sucedido.
La espesura de la noche soviética humedece los pies del teatro Neos Kosmos de Atenas cuando bajo por primera vez a sus entrañas. Un romántico vaho de Lubianka se apodera de las honduras. Los actores ya casi han dejado de ser ellos mismos para mutar en sus personajes. Y es entonces cuando recibo el mayor de los piropos: Thank you Daniel for Mathilda. Me quedo mirando unos ojos oscuros que brillan en la penumbra y sonrío, más por dentro que por fuera.
De repente, como en una ceremonia, me encuentro entre los personajes de esta obra que nació desde la intimidad, no la de mi vida, sino la del escritor (porque somos uno y somos dos e incluso somos más) y su universo. Los intérpretes se concentran para trasladarse a las purgas stalinistas de 1938 y yo les puedo oler y hasta tocar, pero me resisto a dejarles volar como el padre que es consciente de que sus hijos se han hecho mayores.
Siento un enorme e indescriptible placer cuando las emociones afloran, cuando el autor, yo mismo en este caso, consigue traspasar el muro de papel y bucear en las aguas de una obra propia tan brillantemente trabajada y mimada por el equipo que comandan Ioulia Siamou y Georgina Tzoumaka.
Descenso a los infiernos, olor a humanidad y un temor irracional sobrevuela la oscuridad y silencia las bocas.
Ekaterimburgo, Perm, Omsk, Novosibirsk, Krasnoyarsk, Irkutsk, Ulán-Udé, Vladivostok… Un goteo constante de furgones se internan en la estepa, atraviesan el alma rusa y, como los topos, ahuecan los corazones engarrotados de las gentes y los dejan chorreando savia hasta momificarlos. La piel se adhiere a los huesos como un tul de mortaja o de boda barata.
Ekaterimburgo, Perm, Omsk, Novosibirsk, Krasnoyarsk, Irkutsk, Ulán-Udé, Vladivostok… Una solitaria tecla de piano, ejecutada por Dimitrios Pikrakis, persiste en devorar el tiempo. Y la distancia entre los dos espacios blancos, como manchas de nieve bajo las farolas de la calle Arbat, se acorta o se expande en el escenario, maquinalmente ejecutadas por Maria Panidze, fiel esbirra de Lavrenti Beria.
Ekaterimburgo, Perm, Omsk, Novosibirsk, Krasnoyarsk, Irkutsk, Ulán-Udé, Vladivostok… La mano de János se echa a rodar, cada noche de miércoles a domingo, y pienso en ellos, en János, Mathilda, Maria, Lavrenti y Anna espantando los miedos que les acechan e intentando sobrevivir.
¡Tren a Leningrado! Vía 4. ¡Pasajeros a Leningrado, por vía 4!
La mano de János (Premio de Teatro Buero Vallejo 2010)
Texto: Daniel Dimeco
Traducción al griego: Konstantinos Chantzopoulos
Dirección: Ioulia Siamou y Georgina Tzoumaka
Intérpretes: Manos Karatzogiannis, Eleni Zarafidou, Nikolas Angelis, Kalliopi Panagiotidou y Evri Sofroniadou
Vestuario: Assi D’Angelis Dimitrolopoulou
Música: Dimitri Pikrakis
Diseño de iluminación: Vassilis Klotsotiras
Teatro Neos Kosmos de Atenas: del 20 de enero al 5 de marzo
#12ENERO
Aquel ser pequeño de ojos azules sigue subiéndose a lo alto de tu refugio, allí donde se acumula el polvo.
En las tardes cálidas de duermevela espera tu llegada, la sombra alargada de la calma y la palabra dulce del afecto.
No creo que leas esto, pero por si alguien te lo comenta, como al pasar, como una curiosidad, quiero que sepas que allí estás. Quiero que sepas que sigue oliendo a campo y tabaco y que la esquina, con sus caras antiguas y nuevas, también espera que te asomes con tu mirada cándida.
#82años #JoséDimeco #padre #dulzura #Pip #12Enero #1935
LAS ENTRAÑAS DEL JAGUAR
El limbo moja la noche. La noche abraza una casa en una calle desangelada en las arrugas de Detroit. El edificio contiene un sótano bajo su vientre. La lluvia y los sonidos esporádicos del exterior se cuelan en el zulo a través de un ventanuco, un respiradero infecto, que hay en lo alto de la pared del fondo, llena de pintadas e inscripciones. Las palomas zurean del otro lado del cristal manchado y defienden a picotazos cada milímetro del espacio conquistado entre los barrotes de las rejas.
En la oscuridad, un hombre de mediana edad, suave y refinado, permanece atrapado por las amenazas de un amante que disfruta con los juegos perversos de la humillación. Él observa con desconcierto a un joven cuerpo que tirita, el de un ser marginal, prisionero del chantaje de tres policías mafiosos a los que les ha robado un botín.
El amor entre dos hombres puede surgir en cualquier grieta, en las cicatrices de las heridas, incluso en los intestinos de una ciudad derrumbada que ambos convierten en fotogramas para poder sobrevivir.
Mi obra, Las entrañas del jaguar, acaba de ser galardonada con el segundo premio del certamen de Textos Teatrales Raúl Moreno, convocado por FATEX (Federación de Asociaciones de Teatro de Extremadura).
BORRASCA
4 de la tarde y es de noche en Copenhague. Te escribo desde el ático, una especie de palomar con ventanuco oval de vidrios astillados. Me rodean cajas, cajitas y cajones, algunas sillas apiladas, dos marcos viejos con el dorado descascarillado, maletas enfundadas en el verde del moho… Una extraña mezcla de recuerdos familiares, de infancias ajenas, olores y objetos de historias de otros y el rasgueo apresurado de las uñas de los roedores sobre la madera del suelo.
El techo de la estación de Bernstorffsvej reluce bajo el manto de nieve. El viento brama entre las ramas desvestidas de los árboles y en el horizonte, por sobre las casas, vuela un aire blanquecino que desdibuja los contornos. Los frágiles copos de cristal revolotean como los insectos bajo la luz de las farolas. El silbido del tren mød København, suave en las noches de verano, ha sido silenciado por la cólera del invierno.
En las ventanas de todas las casas hay un pabilo encendido, sereno en su andar lento hacia la muerte.
Diciembre de 2001
STALIN LLAMANDO A EHRENBURG
Los censores soviéticos, que aún en 1941, a dos años del inicio de la II Guerra Mundial, seguían ateniéndose a las directivas de Stalin de no ofender a Hitler, habían rechazado La caída de París, la novela en la que Ilya Ehrenburg no era nada amable con el nazismo.
Una tarde gris y lluviosa, una tarde moscovita, Ehrenburg estaba en su casa con su mujer y recibe una llamada del Kremlin. La sangre se le torna agria y el sudor le brota en la frente y la columna vertebral.
Poskrebishev, el secretario del líder soviético, le dice:
-El camarada Stalin quiere hablarle.
Las manos del escritor tiemblan. Los perros que dormían en el salón empiezan a ladrar, como si intuyeran algo y Ehrenburg teme no oír lo que Stalin le tiene que decir.
-Saca a estos animales de aquí –le pidió a su mujer.
-Me ha gustado su libro –resonó firme la voz de Stalin a través del auricular.
-Gracias, camarada Stalin.
-¿Pretende con él hacer una denuncia del fascismo?
-No es fácil hacer ese tipo de denuncias, ni siquiera se me permite utilizar la palabra… fascismo.
Ehrenburg siente que el silencio se prolongaba demasiado, está convencimiento de que ha dicho lo que sentía, un lujo innecesario, un riesgo altísimo.
-Sigue escribiendo, Ehrenburg.
Y la comunicación se corta.
Ilya Ehrenburg se sienta en un sofá, con las manos entrelazadas tratando de disimular los nervios y de contener el corazón.
-¿Quién era? –le pregunta su mujer extrañada.
-Stalin.
Ella palidece y se sienta junto a su marido.
-¿Qué te ha dicho?
-Que siga escribiendo.
-Dejaré que los perros vuelvan a entrar.
20, RUE DE SEVIGNÉ
La voz de María Callas acaricia mis orejas y enciende mis sentidos. Su voz es como un hálito tibio que se pasea en la medianoche de principios de agosto. D’amour l’ardente flamme.
El serenísimo patio central del antiguo depósito de La Samaritaine, en el quartier Saint-Paul, se relaja en su duermevela. Los grillos oran entre los arbustos del jardín, abrazados por el aire dulce y cándido del verano parisino.
Es de noche y en la habitación los destellos de una lámpara amarillean las paredes. El ejemplar recién comprado de Une jeunesse soviétique, con dibujos y textos de Nikolaï Maslov, ya cuenta con una pequeña mancha color burdeos, las huellas de sangre del mejor Côte du Rhône. El escritor (el mío particular, el que me inventó y al que asesiné para ser yo misma) ha salido a pasear a medianoche, como los antiguos iluminadores de calles, aquellos que encendían las bujías de aceite, que conocían historias surgidas de las sombras, escuchaban discretamente cuando se acercaban los carruajes a las casas señoriales y veían descender a las damas que volvían de la Opera o a los amantes que abandonaban los lechos ajenos antes del chapoteo de las barcazas de pescadores remontando el Sena, o se cruzaban con los ladrones noctámbulos durante el siglo de Balzac. Decido seguirle, ver adónde quiere llegar.
Los reflejos de las ventanas del palacete de la condesa Rothschild tiñen de plata y oro las aguas que lamen la quietud de la isla de San Luis. Él cierra los ojos y entonces aprovecho para acercarme. Nuestras miradas se cruzan. En uno de los tantos raptos de altivez que me asaltan, me veo tal y como me describió en el papel: bella e inteligente. Siempre me hizo mucha gracia el lunar que colocó a su antojo en mi cuello, bajo el lóbulo de la oreja izquierda. Una impronta minúscula, que en cualquier persona o personaje pasa desapercibida y que él, mi inventor, la elevó tanto que mi pobre André, mi marido también en el papel, se excitaba pasándome la lengua. Hace de eso mucho tiempo, poco después de 1968.
Le toco. Mi mano, pequeña y tibia, aprieta con fuerza la suya y le sonrío y, sin dejarlo reaccionar, tiro de él y corremos por Saint-Louis-en-l’Île hasta el puente y oigo su respiración acelerada y las pisadas amplificadas en el eco. Me doy cuenta de que me ha reconocido, que sabe quien soy. Que, a pesar del tiempo transcurrido, sigo existiendo para él después de haber pasado noches y días enteros en mutua compañía. Porque nos hemos excitado, peleado, ignorado mutuamente y hasta hemos hablado mansamente.
Nos adentramos por los callejones estrechos, más allá de Saint-Michel y de la plaza de Saint-André-des-Arts, cerca de la calle de Hautefeuille, donde yo alquilaba un ático al llegar de la Unión Soviética. Los muros de los edificios se estrechan sobre nosotros. Su suavísimo jadeo me recorre el cuerpo y no dejo de pensar si alguna vez se enamoró de mí, si durante aquellos meses de escritura me pensó, si se metió tanto en mi cuerpo como para llegar a hacerme el amor. Pero sé que jamás lo sabré. Ya no.
Al girar en la calle de Sevigné, muto de joven a mayor, de muchacha idealista y pretenciosa a mujer quebrada de dolor por mis traiciones y desventuras, por mis silencios innecesarios cuando debí haberme expresado, por los errores cometidos y la imposibilidad de una vuelta atrás. Inconscientemente, me llevo una mano al bolso buscando los grados de vodka que me despejaban y me censura con la mirada que brinda la autoridad de quien mejor me conoce. Los recuerdos caen encima de mí cuando el camino se hace cada vez más y más Le Marais.
Nos detenemos delante del número 20 de la calle de Sevigné. Sus ojos se entornaron y un latogazo de horror astilló su rostro. Las plantas y flores del que fuera mi balcón estaban muertas, las únicas fallecidas en toda la ciudad durante los meses de verano. Desanduvo el camino mientras que yo me quedé allí, no sé si en la calle u obersvándolo a través del cristal de mi casa. Tampoco importa ya.
Otro sorbo de vino y la Callas se viste de Lucia di Lammermoor.
Me llamo Irina Maslova, nací en Irkutsk y permaneceré para siempre en París.
EN NUEVA YORK SIEMPRE ES DE NOCHE
La ciudad pareciera vivir a oscuras. Desconozco la luz del sol.
Deshilacho mi vida en cuevas infectas de hedores en las profundidades de Manhattan. Aleteo inconsciente entre amables imágenes lejanas con la mera intención de aferrarme a lo ya inalcanzable. O alucino con recuerdos y fantasías desesperantes tan sólo superados por mi propia realidad actual.
Abandono todo y a todos todo el tiempo mientras busco comprender quién soy, adónde voy. Busco. Busco y rebusco. No encuentro. Nunca encuentro. Me busco y no me encuentro.
Rasgo mis venas con ácido y metal y le inyecto a mi cuerpo unas fuerzas que me faltan y que en breve me volverán a escasear. Los días se suceden, uno tras otro, en una sucesión interminable. Vivo con horror la mera posibilidad del encierro, al tiempo que no logro zafar de mis cavernas.
La tristeza y la soledad me condenan. Aúllo como los lobos que han perdido a la manada, si es que alguna vez pertenecí a una.
Adonde siempre vuelvo es a estos barrios sombríos en los que me embriago de monóxido de carbono, como otros lo hacen de las deliciosas fragancias de la Quinta Avenida. Anoche, por ejemplo, vagué por la ciudad de sur a norte, desde Battery Park caminé hasta Haarlem. Horas enteras tras un deseo prohibido en esta ciudad de muerte, de soledad y arrebato.
Ahora estoy sentado, delante de una línea clara, una frontera de nieve pura, en un rincón de un tugurio sin nombre de la 117 East Street. Escucho a Charlie Parker, él siempre me acompaña y su trompeta cimbra dentro de mi cuerpo. Me bebo la frontera de un sólo sorbo amargo. Cierro los ojos y recuesto la cabeza en el respaldo del sillón y espero las convulsiones que me blanquean la mente y me ayudan a olvidar el pasado, el presente y el no-futuro.
Empujo el vaso de whisky y su calor hiere mis labios.
Entre los velos de humo que cuelgan del techo y arañan las paredes, veo dos ojos oscuros escudriñándome por encima de unos labios carnosos que circundan dientes blancos como la puta gloria. No contengo la lujuria. Ella es la culpable y por ella me condeno y me condenan a diario.
Acato todos los mandatos de rodillas porque no sé vivir la maquinaria de la noche de una manera que no sea ésta, empapado en el sudor que produce el riesgo demencial, en los vapores de los alcoholes y en los sueños estimulados.
Monólogo inspirado en Aullido de Allen Ginsberg.
UMA THURMAN EN EL CAFÉ VICTOR
Año 2006. Ahora escuche mi voz, mi voz le guiará hasta Copenhague… Ahora voy a contar de uno a diez, cuando llegue a diez estará en Copenhague…
No se trata de una película de Lars von Trier. No es su Europa, yo no soy el narrador Max von Sydow y usted no es ni Kessler ni Hartmann. Si eso es lo que cree, debo decirle que se trata de una mera coincidencia.
Diez. He dicho diez y usted está en Copenhague. Cierre los ojos y cuando los vuelva a abrir los colores se habrán refugiado en el blanco, el negro y el sepia. Usted entrará en un estado de película antigua.
Deténgase en esa esquina del barrio de Nørrebro. La lluvia cae sin cesar y usted está a punto de vivir una escena de espionaje de posguerra. Abra la puerta, entre al restaurante y adéntrese en una estancia de los años 50 (en Escandinavia, no lo olvide), luz de velas en la noche fría y murmullos por conversación: Café Victor. Allí, sentada a una mesa redonda, se encuentra Uma Thurman. No la mire aún, sólo se lo he dicho para que esté prevenido. Quítese la gabardina y con el paraguas entréguesela al hombre alto y rubio de sonrisa glacial que aguarda de pie a su derecha.
¿Huela el aroma a carne asada y a arenques? Ahora puede mirar hacia su mesa, a la de Uma Thurman. Ella está sola. De repente, se levanta y pasa a cincuenta centímetros de usted. Alta y rubia, lleva un vestido hasta la rodilla, un escote generoso, botas y el cabello recogido en un moño.
Cuatro años sin poner sus pies en la ciudad y la casualidad le ha llevado nuevamente al norte, a la lluvia eterna y al cielo plomizo, al frescor noctámbulo y al agua báltica azul topacio de los canales… A usted le ha sido asignada una misión. Todo ha cambiado. Usted ha viajado a Dinamarca para cometer un asesinato, para matar a alguien que está en el Café Victor ahora mismo. Pero relájese y oiga lo que le voy a pedir: no lo haga, no apriete el gatillo. Ahora contaré hasta tres y le pondrán delante un plato de cerdo caramelizado. Uno… Dos… Tres. ¿Qué le parece?
No mire hacia la puerta. No lo haga. Cene… Por observar hacia la puerta acaba de perderse el regreso de Uma Thurman.
Toque la culata del revólver con naturalidad. Eso es, bien hecho. Ahora continúe degustando el cerdo. ¡Ah! Skål y que disfrute del vino alsaciano. La persona por la que usted está en el restaurante se ha sentado a la mesa de la actriz, de espaldas al espejo grande que hay en la pared del fondo. Mire si quiere, sé que no puede contenerse.
¿Qué piensa hacer? Las instrucciones que le han dado son que lo invite a ir hasta el coche negro que aguarda aparcado en la calle, en la acera de enfrente. Una vez dentro, golpéelo en la cabeza y después lo arroja al Havnebussen con un peso atado al cuello.
Ahora levántese y vuelva a tocar el revólver para asegurarse de que sigue allí. Camine lentamente hacia la mesa de Uma y del hombre importante y no se preocupe por interrumpirles. ¿Qué le ocurre? ¿Por qué no avanza como le he dicho? ¿No piensa llevar a cabo las instrucciones que le han dado? Entonces saque el arma y dispare a quemarropa. Usted es un sicario y le pagan para que haga su trabajo.
Uma Thurman le está mirando a usted y le sonríe. Haga usted lo mismo… Así está mejor. El hombre que la acompaña lo observa entornando la mirada. ¿Adónde va? ¡Espere! No se olvide de pagar y recoja la gabardina y el paraguas.
Ya ha salido del Café Victor. Ahora relájese. Sienta el agua empapándole el rostro y el frío calándole el cuerpo. Cierre los ojos y cuando vuelva a abrirlos se enfrentará a la realidad. A otra realidad.
JUEGO LIMPIO
Calle 66. Nueva York. Se ha ido formando una fila de personas en cada acera, enfrentadas a ambos lados de la calle.
HOMBRE CALVO DE LA ACERA DERECHA.- (Levantando una mano). Tú.
Uno de su fila da seis pasos al frente. El mandado pone sobre el asfalto a un niño muerto. Se retira a su sitio.
Los de la fila izquierda avanzan un paso hacia el centro del asfalto. Murmuran entre ellos.
HOMBRE CALVO DE LA ACERA IZQUIERDA.- (Levantando una mano). Tú.
Un hombre camina hasta el centro de la calle. Saca una pistola del bolsillo, apunta a los contrincantes y mata al más viejo.
Los de la fila derecha avanzan un paso hacia el centro del asfalto mirarndo al frente.
HOMBRE CALVO DE LA ACERA DERECHA.- (Levantando una mano). Tú, el más grande.
Un hombre muy corpulento camina hasta el centro de la calle, señala a una mujer rubia del bando contrario y con un gesto le pide que se acerque. Ésta lo hace al recibir la aprobación de su Hombre Calvo. Una vez junto al hombre corpulento, éste la desviste y la viola. Los de la izquierda intentan avanzar para protegerla y su Hombre Calvo los detiene levantando una mano.
Los de la fila izquierda avanzan un paso hacia el centro del asfalto sin mirarse.
HOMBRE CALVO DE LA ACERA IZQUIERDA.- (Levantando una mano). Ahora tú.
Un hombre con aspecto de ejecutivo porta un maletín. Anda hasta el centro de la calle y lo abre. El Hombre Calvo de la acera derecha mira el dinero que hay dentro.
HOMBRE CALVO DE LA ACERA DERECHA.- (Asintiendo con la cabeza y levantando una mano). Ve tú.
Una mujer con guantes verdes camina hasta el centro de la calle y coge el maletín. El ejecutivo y la mujer de los guantes se saludan con un apretón de manos y cada uno regresa a su sitio, junto a sus respectivos Hombres Calvos.
Ambas filas se disuelven en silencio.
La calle queda desolada.
En el centro dos cadáveres y una mujer hecha un ovillo.
ESTRENO EN DONOSTIA-SAN SEBASTIÁN
Déjame ser la sombra de tu perro
Premio Mejor Equipo Artístico en el Festival de Teatro Joven de San Sebastián 2014
Autor / Director: Daniel Dimeco
Elenco: Raquel Domenech, Clara Santafé, Belén Méndez, Antonio Martín, Isabel Arenal, Beatriz Ortega y Shandra Sánchez
Responsable de Prensa: Carmen Garrido
Estreno: domingo 15 de junio en el Teatro Principal de Donostia-San Sebastián
Sinopsis de la obra: es un grito que mana de la soledad de sus protagonistas; una llamada de atención nacida del dolor, de la rabia, de la necesidad de roce, de una palabra de cariño. Es la historia de siete personajes rotos, devorados por un bagaje existencial cruento. Seres humanos que batallan, torpemente o con malas artes, por obtener, mantener o recuperar los afectos perdidos. Un hombre y seis mujeres dispuestos a lo que haga falta con tal de lograr sus objetivos, aunque tengan que anteponer egoísmos y rencores para lograrlos. En Déjame ser la sombra de tu perro se entrelazan el drama y el humor, el dolor más lacerante con la acidez de la risa cruel. Todo lo que se presenta como ingenuidad esconde siempre un as en la manga que los personajes se cuidarán.
Próxima función: 5 de julio, 18.00 horas, en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao
MARATÓN LITERARIO: ‘EL MAPA DE LAS VIUDAS’
EL MAPA DE LAS VIUDAS EN ‘DIARIO SIGLO XXI’
Foto by Sandra Brun |
Por Herme Cerezo (Valencia)
Foto by Herme Cerezo |
Por cierto, como también le ocurre a otros escritores, apenas queda huella de tu origen argentino en esta novela, ¿a qué se debe eso?
Trabant (coche fabricado en la RDA) |
¿La vigilancia tan estricta de la Stasi era el equivalente a las cámaras de televisión que hoy encontramos en la calle, otra versión del Gran Hermano?