Autobiografía

BAILANDO EN LA OSCURIDAD

Miklos Gaál, Swimming Lesson

Swimming lesson by Miklos Gaál

Adentrarse en la adultez, casi siempre, es navegar sin brújula por la oscuridad. Es internarse en las sombras sin la protección cálida y solar de aquellos que ya lo hicieron un tiempo antes. De repente, se asumen responsabilidades y nadie pareciera darse cuenta que, hasta ayer nada más, éramos unos niños a los que había que proteger. La adultez es la libertad y la prisión, es la puerta abierta para hacer y deshacer sin dar explicaciones a los padres y explicando cada paso que se da a los demás porque ya nadie nos deja pasar una.

La narración de Karl Ove Knausgård se centra en sus dieciocho años. Los cuales coinciden con el divorcio de sus padres, la mudanza de su madre a otra ciudad, la lejanía física del hermano mayor que se ha ido a estudiar, el nacimiento de una hermana menor a la que desconoce, la caída del mito de sus abuelos como un refugio afectivo y su propio viaje-huída hacia el norte de Noruega, a un pueblecito pintoresco y opresivo llamado Håfjord donde consiguió un puesto de maestro durante un año. De la luz de la adolescencia en el sur a la larga noche en el norte a través de una sensibilidad extrema que el autor ya ha manifestado en los tres volúmenes anteriores de la saga autobiográfica Mi lucha.

El propósito que expresa Karl Ove para trasladarse a Håfjord es tener el tiempo libre y la calma suficientes para convertirse en escritor. Un hecho futuro que siente como una verdad absoluta. Y el rincón escogido tiene, en apariencia, todo lo que se necesita para acometer los primeros pasos de esa labor. Pero Håfjord también es la oscuridad, la literal del largo invierno boreal y la interior del propio autor que, siguiendo los recientes pasos de su padre, se adentra en el alcoholismo, se envuelve en la soledad y empuña obsesivamente el deseo de una consumación carnal que no llega a experimentar a pesar de los intentos infructuosos.

El silencio es una losa fría que se templa con las jaranas en los recreos en el patio del colegio; con las pisadas que quiebran las capas de nieve; el ronrroneo de la cafetera en la sala de profesores; el rumor brioso del mar embistiendo el fiordo o los acordes de los grupos musicales de vanguardia de la década de los ochenta que KOK conoce al dedillo. Las caras sonámbulas y legañosas de los hijos de pescadores y amas de casa atienden por obligación las lecciones de literatura y consuelan el trágico aburrimiento de sus existencias presentes y de sus expectativas futuras humedeciendo los hígados con litros de cerveza.

Bailando en la oscuridad
Karl Ove Knausgård
Anagrama 2016
Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo

MI MADRE

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Little Rock, Arkansas. 1960. By Inge Morath

Estación de la Grand Trunk Western de Lansing. El aire se arrastra por el lomo del lago Erie hasta la cara del adolescente Richard Ford. El brazo en alto, saludando, en un intento filial por conservar el calor con la mano de su madre apoyada en el cristal empañado del vagón del tren. Estaba llorando. Adiós decía. La infancia ha tocado a su fin y el camino madre-hijo se abrirá en un ángulo cada vez más obtuso.

Después de eso comenzó la vida que llevaríamos hasta el final. Una vida fragmentada, truncada, de visitas largas y cortas. Cartas. Llamadas telefónicas. Telegramas. Encuentros en ciudades lejos de casa…

Década de 1960. La esperanza de Estados Unidos se centra en un líder joven y atractivo, John Kennedy. La Guerra Fría entra en un túnel cada vez más gélido: Berlín, Bahía de Cochinos, misiles en Cuba, Praga, Vietnam… Mientras tanto, la esperanza de Richard Ford se centra en convertirse en un hombre, en ser sí mismo, en encontrarse a través de la búsqueda hasta hallar un camino, un sitio, un trozo de espacio que dé refugio al adulto. Que lo cobije para que ser capaz de seguir adelante con la sensación de controlar cada milímetro del camino, cada costura del traje…

Así y todo, habiendo pasado muchos años, a pesar de haber recorrido kilómetros, cuando el teléfono suena de madrugada para comunicar que han ingresado a un ser querido, se marca una línea divisoria, un antes y un después. Se puede oír, incluso, el trazo que hace la línea rasgando la piel. El antes es asesinado de inmediato y hay que recolocarse en el nuevo ordenamiento, en el después ya convertido en el ahora.

Richard Ford hace un verdadero ejercicio de comprensión, intenta acercarse (desmedida ambición) a las insatisfacciones y placeres de su madre aligerando el daño que producen los mordiscos de los recuerdos. Una lectura breve en la que se palpa cómo la madre y el hijo a pesar del dordón umbilical son y serán seres desconocidos.

Mi madre
Richard Ford
Anagrama (2010)
Traducción de Marco Aurelio Galmarini

@DanielDimeco

SOY YO, ÉDICHKA

Stephen Shore 1

by Stephen Shore

Odiaba el mundo que transformaba a tiernas chicas rusas que escribían versos en seres jodidos por la bebida y las drogas, que hacían de putas para unos millonarios que les exprimían el alma. Eduard Limónov vive en una habitación minúscula del hotel Winslow, una especie de ratonera para inmigrantes en la esquina de Madison con la calle Cincuenta y Cinco. Trabaja durante un tiempo de auxiliar de camarero en el Hilton y es entonces cuando empieza a detestar Estados Unidos. No tan sólo por una cuestión ideológica (él venía de la Rusia soviética y allí era poeta), sino porque Elena, su joven mujer rusa, con la que llegó de Moscú, le abandona por un rico norteamericano. Es un tema de carácter personal.

¿Dónde está esa Lena lacrimosa, con el perro maltés blanco, negro de la suciedad del deshielo de febrero en Moscú, que apareció en un momento dado en mi casa, huyendo de Vitia, su marido de cuarenta y siete años? Pasa el tiempo y Limónov se sigue preguntano por Elena, por la mujercita suave de la que se enamoró locamente. Elena y él se complementaban en el sexo, pero el idealismo de Limónov y la necesidad desesperada de ella por dejar atrás cualquier tufo soviético y engullir los aromas de Occidente no coinciden plenamente. Él nunca deja de ser ruso. Ella lucha por despojarse de esa piel.

En su obsesión, Limónov llega a arrepentirse de no haber tenido un hijo con Elena. Vagabundeando por Washington Square sueña con secuestrarla, ahora que ella lleva mucho tiempo con otro hombre, llevarla a la dacha de unos amigos y fecundarla en el encierro. Un sueño que se diluye, pero en el que cree con firmeza y desea desesperadamente. Es el sueño de un solitario, un hombre que deambula por las calles de Nueva York (se jacta de conocerlas mejor que nadie) buscando el contacto, físico o de palabra, con algún ser humano que le ayude a atemperar la rudeza de una ciudad que no resulta muy simpática. Busca entrar en mujeres quebradas psicológicamente o abre su cuerpo para acoger los sexos de hombres mayores o de negros que se acomodan entre cartones en alguna plazoleta del West Side.

Eduard Limónov me recuerda a Allen Ginsberg pero con alma rusa (que siempre es otra clase de alma). Ambos aúllan desde sus guaridas mentales como los lobos. Los dos se comen los kilómetros de Manhattan con el deseo en la boca y las gargantas ardientes por el vodka y la ginebra. Limónov y Ginsberg van tras las sombras de hombres y mujeres y cantan Ojos negros y vuelven a beber a la salud de sus ánimas inquietas.

Soy Yo, Édichka
Eduard Limónov
Marbot Ediciones 2014
Traducción de Ana Guelbenzu

@DanielDimeco

A LA CAZA DE LA MUJER

by Ren Xinyu

El único amor que conocí fue pornografía de creación propia. Los únicos amantes que deseé irradiaban una desconfianza hacia los hombres que me excluiría siempre. Sucumbí a las fantasías sobre Jean Hilliker y la poseí durante unos breves segundos depravados de droga. En marzo de 1958, James Ellroy invocó una Maldición y tres meses más tarde asesinaron a su madre, Jean Hilliker. Desde entonces, su historia cogió un rumbo marcado por el fantasma de Hilliker.

La Maldición es el eje estructural de A la caza de la mujer (Mondadori 2011). Además de ser una radiografía maravillosa de la psicología obsesionada por cazar, cazarlas a Ellas, a las mujeres que conoce o se imagina, a las que espera en la oscuridad a las que lo llamen por teléfono, a las que espía. A las que, incluso, llegan a maridar con él. Ellroy quiere cazarla, a Ella, a esa madre asesinada en un callejón de El Monte, una barriada deprimida a las afueras de Los Angeles, cuando él tenía diez años.

En 1978, James Ellroy volvía al Sunset Strip, donde se congregaban las prostitutas, con la persistencia del calenturiento hijo de un reverendo. Ellroy quería que Una Mujer o Todas Las Mujeres fueran Ella y por eso se embarcó en esa búsqueda desesperada de mujeres a las que no siempre les reclamaba sexo, muchas veces sólo quería hablar.

Invierno de 2005 y Ellroy ha pasado por las drogas, la depresión y conoce el extenuante éxito del escritor comercial. Hasta ahora la vida ha sido: Hijo único / huérfano / perseguidor de faldas / marido a tiempo parcial. Ese es el retrato que el propio Ellroy hace de sí mismo desde que nació hasta la cincuentena. Frente a lo que ha sido se presenta lo que puede ser y con ellos la probable calma.

@DanielDimeco

LA ISLA DE LA INFANCIA

by Werner Bischof

Fotos, objetos, imágenes y sonidos que acompañan a los recuerdos de los primeros trece años de vida, gracias a todos esos fragmentos y piezas me he construido un Karl Ove y también un Yngve, una madre, un padre, una casa en Hove y otra en Tybakken, unos abuelos paternos y unos abuelos maternos, un vecindario, y un montón de niños. La isla de la infancia (Anagrama 2015) es el tercer volumen de Mi lucha, del escritor noruego Karl Ove Knausgård. Las dos obras precedentes son La muerte del padre y Un hombre enamorado.

El autor reconstruye su pasado minuciosamente. De ahí que la vida de Karl Ove Knausgård acabe pareciendo una novela, sencillamente porque él no hace otra cosa que crear personajes, incluido el suyo propio, recreándose a sí mismo y a su entorno desde la subjetividad distante de los recuerdos.

Mucho se ha escrito ya de lo adictivo que puede llegar a ser este autor escandinavo para algunos y del rechazo que produce en otros lectores. No me interesa ni lo uno ni lo otro. La primera vez que leí algo suyo tuve la sensación de revivir mis años en Escandinavia y eso me produjo una inmediata empatía. A renglón seguido, me sedujo algo de su escritura, tal vez el estilo nada rimbombante, nada pretencioso, lleno de instantes comunes, pero muy nórdicos. Y, de repente: ¡zas! Un dato, un comentario, una imagen hace que todo cambie y de un modo chejoviano emerja a la superficie algo que hasta entonces había estado susurrando con fuerza por debajo, como una cloaca. Aromas y sonidos casi imperceptibles que revientan con una potencia inusitada.

De ahí que me resulten llamativas algunas entrevistas bastante tristes que le hacen al autor acerca de, por ejemplo, las diferencias entre las lenguas noruega, sueca y danesa, como si eso fuese relevante, pasando por alto los temas de verdad interesantes: traumas de infancia, alcoholismo, la muerte como revulsivo, como purgante vital, los trastornos psicológicos, las frustraciones profesionales, las amistades, la sexualidad primera y la de la adultez, el dolor soterrado, el pánico infantil ante un padre autoritario y un largo etcétera que jalonan la narración de Knausgård. Nada sucede si se leen estos tres volúmenes traducidos al castellano sin rebuscar más allá de la mera sucesión de palabras y sin hacer el ejercicio de trasladarse a un universo alejado del propio.

Cerrar los ojos y dar la espalda para nunca jamás regresar tal vez sea un buen corolario para esta infancia en la isla de Tromøya.

@DanielDimeco

LA MUERTE DEL PADRE

Foto by Don McCullin

Foto by Don McCullin

Yo tenía casi treinta años cuando vi un cuerpo muerto… se confiesa el protagonista, que no es otro que Karl Ove Knausgård, el propio autor de La muerte del padre (Anagrama, 2012).

La muerte es siempre la misma, pero cada hombre muere a su manera empieza diciendo Carson McCullers en Reloj sin manecillas. Asumir la muerte del padre por autodestrucción etílica. ¿Qué se experimenta cuando al padre al que odias acaba de morir? ¿Hasta qué punto los padres se convierten en seres desconocidos para los hijos y éstos para aquellos? ¿Hasta dónde es factible ignorar el día a día de la otra parte, sus miedos y angustias, sus dolores y alegrías?

Knausgård describe (acción por acción) la primera semana después de la muerte, la de su padre, con una narración limpia en la que mezcla recuerdos, dudas, hechos domésticos, intrascendencias cotidianas y trascendencias espirituales. Y la sombra alargada de la Parca que todo lo inunda, lo infecta, lo ensombrece está en todas las páginas del libro, mitad autobiografía y mitad novela. Karl Ove Knausgård nos ofrece la muerte de su progenitor desnudándose por dentro. Escribe sobre la muerte de un hombre que le ha marcado hondamente (y no del todo bien) y que un día decide emborracharse hasta morir.

El autor recorre su infancia y adolescencia, los despertares: sexuales, aficiones, la literatura… La pubertad se cubre de una pátina inhóspita, un tanto ruda como el viento, las lluvias y la nieve constantes que le rodean en su Noruega natal. Knausgård desvela su psicología melancólica y atormentada en contraposición a la de su hermano Yngve, un ser práctico, más feliz.

La muerte del padre es el primero de los seis libros de Knausgård que conforman Mi lucha, su historia de vida. Del segundo volumen, Un hombre enamorado, ya hemos dado cuenta en Café Copenhague.

@DanielDimeco

UN HOMBRE ENAMORADO

Karl Ove Knausgård

Tardes y noches enteras habían desaparecido de mi memoria, quedando dentro de mí una especie de túneles, llenos de oscuridad y viento, y mis propios sentimientos turbulentos. Caos y desasosiego en el interior de Karl Ove Knausgård, el autor-protagonista de esta magnífica Un hombre enamorado (Anagrama 2014), segundo volumen de los seis que conforman el provocativo título de Mi lucha.

Knausgård se decide a narrar su vida. Durante tres años escribirá unas veinte páginas diarias hasta conseguir los seis volúmenes autobiográficos de prosa dura, áspera y poética a la vez con la que desglosa, por momentos al detalle, la rutina de un hombre al que la creatividad le ha abandonado y cuyo vacío no es capaz de llenar más que con la rutina de la paternidad en una sociedad que, a simple vista, parece perfecta pero que encierra enormes dosis de dolor y cantidades ingentes de paranoias.

¿Y qué quería yo? No lo sabía. Se pregunta y se responde Karl Ove. Acostado en el sofá del salón de unos desconocidos en una ciudad satélite de Estocolmo. Mirando el cristal por donde las luces tenues de las farolas hurgan en mitad de la noche los interiores de las casas. El autor, en el instante que acaba de llegar a la capital sueca desde su Noruega natal, tiene una duda existencial que le atormenta: si es participante o espectador de su propia vida. Si la conduce o si se deja llevar por los acontecimientos.

Estocolmo es una ciudad moderna y abierta, un sitio en el que se respira respeto y bienestar. Mientras tanto, en sus entrañas, Estocolmo (y toda Suecia) continúa alimentando la imagen del pietismo protestante que Carl Wilhelmson plasmó tan bien en su pintura Creyentes que regresan de la iglesia en bote: domingo atroz de ceremonia luterana y bostezo junto a la salamandra viendo caer la lluvia o la nieve a través de la ventana. Un hombre enamorado me ha hecho revivir Escandinavia página tras páginas y una de las destrezas de Knausgård ha sido que le siguiera en todo momento, como una sombra, por las calles, bares y recovecos de una ciudad que lo empujó y lo metió de lleno en la soporífera realidad conyugal.

Karl Ove es un hombre enamorado de una mujer con brotes maníaco-depresivos, una mujer que desea ser madre y que todos sus proyectos mueren en eso, en proyectos. Karl Ove es un fumador empedernido, un hombre desesperado por encontrarse a sí mismo y, casi como un grito del que pide que le ayuden, Knausgård nos sienta en el sofá de su casa, nos mete en su cama con él y con Linda, su mujer, nos emborrachamos juntos y nos desdibujamos como él en las sombras nevadas de Estocolmo.

@DanielDimeco

EL PAN A SECAS




Mohamed Chukri
Beni Chiker, Rif – 1935



Así que en medio de un tórrido verano como hacía tiempo que no se conocía en Marruecos, me adentré en el mundo de Chukri, franqueé el umbral de su vida. Maravillado. Compadecido. Mis ojos devoraban sus palabras, mi cerebro grababa sus imágenes, sus personajes. Palabras de Abdelá Taia.
Tan sólo una vez he estado en la ciudad de Tetuán, en uno de esos trasbordos de película que tanto se añoran después que ha transcurrido un cierto tiempo. Crucé andando la frontera entre Ceuta y Marruecos, cogí un taxi compartido con tres marroquíes y llegué a la estación de autobuses de Tetuán. La ciudad me resultó agresiva, no en el sentido primermundista del término, sino de una agresividad urbana como la que tienen capitales como París y Roma. Tetuán, mezcla de polvo y decadencia, hombres y mujeres en tiempo detenido y llamada en sordina del muecín obligado a competir con el soniquete de los cláxones.
El pan a secas (Cabaret Voltaire, 2012) no es sólo una autobiografía de Mohamed Chukri, también es una crónica soberbia del hambre: Solía acompañarla al Zoco Grande, donde comprábamos pan duro a los mendigos debajo de un gran árbol, cerca del mausoleo de Sidi El Mejfi. Mi madre lo ponía a hervir en agua con un poco de aceite y especias. Y de la violencia paterna y el odio que genera en el protagonista: Si a alguien le deseo la muerte, es a mi padre. Lo odio, a él y a los que se le parecen, y no recuerdo cuántas veces lo habré matado en mi imaginación. Tan sólo me queda matarlo de verdad. El deseo de la muerte violenta del padre, como les sucede a los villanos de las películas que el niño miraba en el cine del pueblo mientras se fumaba un cigarrillo. Atracción y dolor emanan de la increíble prosa de Chukri.
Hombre en Marrakech
Foto by Carmen Garrido

Pero el autor compensa todo sufrimiento con el erotismo, apelando al instinto salvador. El despertar sexual del niño y las historias ardorosas en el burdel de Lalla Harruda o en el de las españolas. Con mujeres como Leila la Meona, Lalla Zhor, Rachida… O con mujeres de bocas pequeñas, como pequeñas tienen sus vaginas o eso le dijeron una vez. Sexo que se confunde con amor y el deseo que se acrecienta con el riesgo en la clandestinidad con Sallafa, en una chabola a orillas del mar, oyendo las sirenas de los barcos que atracan en la bahía de Tánger.

Las ciudades de Tetuán y Tánger rezuman dosis de semen, flujos, majoun, kif, sudor y alcohol. Vidas de vivos muchas veces casi muertos.
¡Al hamdulillah!

CARTAS DE TAMARA A VLADIMIR

Vladimir Nabokov
San Petersburgo (1899) Montreux (1977)
Editorial Anagrama
ISBN: : 9788433914316

 

Vladimir Nabokov, en su autobiografía Habla, memoria, dice: “Mi familia y yo zarpamos rumbo a Constantinopla y El Pireo en un pequeño y espantoso barco griego, el Nadezhna, cargado de frutos secos. La idea de que me iba de Rusia quedó absolutamente eclipsada por la dolorosa idea de que, con rojos o sin ellos, las cartas de Tamara seguirían llegando, milagrosa e inútilmente, al sur de Crimea, en donde buscarían un fugitivo receptor…”.
¿Cuántas cartas más le escribió Tamara a Vladimir? ¿Qué habrá sido de ella? ¿Qué habrá hecho con esas cartas quién las haya encontrado? Me gusta la idea de que pueda haber sido un soldado bolchevique, con la suficiente sensibilidad como para no destruirlas. Me seduce pensar que ese posible soldado las pueda haber leído durante las noches mientras custodiaba la bahía de Sabastopol.
También me gusta pensar que ese soldado tuvo descendencia, que hay nietos y bisnietos que viven en alguna ciudad rusa y que son artistas. O, con desagrado, pienso que puedan formar parte de esa casta que regenta burdeles y casinos en la avenida Novy Arbat, poseedores de una fortuna hecha al cobijo de la desintegración soviética, miembros de la clase adinerada que surgió del capitalismo crecido anárquicamente en tiempos de Boris Yeltsin.
Pienso, porque me gustaría que así hubiera ocurrido, que fui sentado junto a un descendiente del soldado o a uno de Tamara cuando me monté en el metro en Komsomolskaya plochna.

ANTES QUE ANOCHEZCA

Reinaldo Arenas (Holguín 1943 – Nueva York 1990)

Queridos amigos, debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país.

Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad.

Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza.

Cuba será libre. Yo ya lo soy.

Carta de Reinaldo Arenas antes de suicidarse.