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LOS BEBÉS DE FINLANDIA DUERMEN EN CAJAS DE CARTÓN

Durante 75 años, las mujeres embarazadas en Finlandia han recibido cajas de cartón del Estado. Es como un paquete inicial con ropa, sábanas y juguetes que a su vez puede ser usado como camita. Muchos argumentan que esta política ha ayudado a que el país nórdico sea una de las naciones con menor tasa de mortalidad infantil en el mundo.
Se trata de una tradición que data de la década de los años 30 y busca dar a todos los niños finlandeses, sin importar su condición social, un comienzo de vida equitativo.
El paquete de maternidad, un regalo del gobierno, está disponible para todas las que esperan un bebé. Contiene monitos, sacos de dormir, ropa para el aire libre, productos para el baño, así como pañales y un colchón pequeño. Con el colchón en el fondo, la caja se convierte en la primera cama del bebé. Muchos niños tienen su primera siesta dentro de la seguridad que brindan las paredes de cartón. Las madres pueden escoger entre tomar la caja o recibir efectivo (unos US$214), pero el 95% opta por la caja, pues su valor es mucho mayor. Esta tradición nació en 1938. Al principio era sólo para familias de bajos recursos, algo que cambió en 1949. «No sólo fue ofrecido a todas las futuras madres, sino que la nueva legislación también significó que, para obtener la caja, tenían que visitar a un médico y una clínica pública prenatal antes de los cuatro meses de embarazo», cuenta Heidi Liesivesi, quien trabaja en Kela, la institución de seguridad social finlandesa.
La caja les daba a las madres lo que necesitaban para cuidar a sus bebés, pero también ayudaba a guiar a las mujeres hacia los brazos de los profesionales de la salud del Estado de bienestar naciente de Finlandia.
Cambio brusco
En los años 30, el país nórdico era muy pobre y la mortalidad infantil era alta, con 65 muertes por cada 1.000 nacimientos. Pero estos datos mejoraron rápidamente en las décadas siguientes. Mika Gissler, un profesor del Instituto Nacional de la Salud y Bienestar en Helsinki, ofrece varias razones para esto: a la caja de maternidad y los cuidados prenatales para todas las mujeres en los años 40 les siguieron, en los 60, un sistema de seguridad social nacional y una red de hospitales centralizada.
Con 75 años, la caja está ahora institucionalizada en Finlandia como la transición hacia la maternidad, algo que une a varias generaciones de mujeres. Reija Klemetti, de 49 años, vive en Helsinki. Recuerda ir a la oficina de correos y recoger la caja de uno de sus seis hijos. «Era emocionante recibirla y que de alguna forma fuera la primera promesa de bebé. Mi mamá, mis amigos y mis familiares estaban ilusionados con ver qué tipo de cosas recibiría y qué colores habían escogido para ese año». Su suegra, de 78 años, contó en gran medida con la caja cuando tuvo al primero de sus cuatro hijos en los años 60. En ese punto, tenía poca idea de lo que podía necesitar.
Más recientemente, la hija de Klemetti, Solja, compartió con 23 años la emoción que su madre sintió una vez, cuando se hizo poseedora de la «primera cosa substancial» incluso antes que el bebé. Ahora tiene dos hijos.
«Es fácil saber en qué año nacieron los bebés, porque cada año cambia un poco la ropa que viene. Está bien comparar y pensar ‘ese niño nació el mismo año que el mío'», dice Titta Vayrynen, una madre de 35 años que tiene dos hijos.

«Las más felices»

Algunas familias no podrían costear el contenido de la caja si no fuera gratuito, a pesar de que para Vayrynen fue más una cuestión de ahorrar dinero. Ella trabajaba muchas horas cuando quedó embarazada de su primer hijo y agradeció no tener que buscar tiempo para salir de compras y comparar precios.
«Hubo un reciente informe en el que se asegura que las madres finlandesas son las más felices del mundo y la caja es una de las cosas que me vienen a la mente. Nos cuidan muy bien, incluso ahora que algunos servicios públicos han sido recortados», agrega Vayrynen. Cuando tuvo a su segundo hijo, Ilmari, ella optó por el dinero en efectivo en lugar de la caja y sencillamente volvió a usar todo lo que le habían dado para su primogénito Aarni. Un niño también puede pasarle ropa a una niña y viceversa, pues los colores son deliberadamente neutrales.
El contenido de la caja ha cambiado bastante con el paso de los años. Durante las décadas del 30 y del 40, tenían telas porque las madres estaban acostumbradas a confeccionar ropa de bebés. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, el algodón y los tejidos eran requeridos por el Ministerio de Defensa, así que en las cajas había sábanas de papel y un cobertor de tela. En los años 50 hubo un incremento de la ropa fabricada, y en los 60 y 70 la indumentaria incorporó nuevas telas elásticas.
Sin desechables ni biberones
El saco de dormir apareció en 1968 y al año siguiente hubo pañales desechables por primera vez. Pero no por mucho tiempo. Con la llegada del nuevo siglo, retiraron los pañales desechables y regresaron los de tela, cumpliendo con lineamientos de protección del medio ambiente.
Motivar una buena maternidad y paternidad siempre ha sido parte de la política de la caja. «Los bebés solían dormir en la misma cama que sus padres y se recomendó dejar de hacerlo», explica Panu Pulma, profesor de historia finlandesa y nórdica en la Universidad de Helsinki. «Incluir la caja como cama significó que la gente empezó a dejar que sus bebés durmieran aparte».
En determinado momento, las botellas de bebés (biberones o teteros) y los chupetes o chupones fueron retirados para promover la lactancia materna.
«Uno de los principales objetivos de todo el sistema ha sido lograr que las mujeres den más el pecho», dice Pulma, quien agrega que «ha funcionado».
El experto también piensa que incluir un libro de cuentos ilustrado ha tenido un efecto positivo, pues motiva a los niños a manipular libros y, un día, a leerlos.
Además de todo esto, Pulma asegura que esta caja es un símbolo. Un símbolo de la idea de igualdad y de la importancia de los niños.
Helena Lee (BBC)

EL SEXO EN LA VIDA DEL CIUDADANO SOVIÉTICO

Dibujo de Valeri Barikin

Por Anna Aibazián para Rusia Hoy (19-09-2013)

El escritor Denis Dragunski nos explica cómo el individuo soviético mantenía la libertad corporal, cómo conseguía material pornográfico y por qué se recurría poco a los servicios de las prostitutas.
En la Unión Soviética no hay sexo
 
En la Unión Soviética, en torno al sexo siempre hubo un halo de prohibición. Pero sexo había, por supuesto. En grandes cantidades, no menos que ahora.
 
Pero hablar del tema se consideraba de mal gusto e indecente. Es muy popular esta anécdota: en 1986, en un programa de televisión, el Telemost (telepuente) Leningrado-Boston, una mujer rusa declaró: “No hay sexo en la Unión Soviética”. Pero se trataba de un malentendido: en realidad, se refería a que no había sexo en la televisión.
 
Ya antes, en 1977, se había publicado un libro de Gueorgui Vasilchenko, Sexopatología general, en el que resumía sus experiencias y describía a una pareja que había acudido a su consulta. Su experiencia vino a probar que muchos problemas se debían a que las personas no sabían cómo hablar de sexo.
 
Para nombrar el acto sexual y los órganos genitales, solo había palabras obscenas o términos médicos: ni unas ni otros resultaban estimulantes para entablar una conversación sincera.
 
Otro escándalo se desató en 1978, cuando en la pantalla se estrenó la película Una mujer extraña, que narraba la historia de amor entre un joven y una mujer madura. De esta película se escribió una reseña en el diario Komsomólskaya pravda, que decía así: qué tiene de extraño, si en la Unión Soviética uno de cada tres matrimonios se divorcia. Por aquel entonces yo trabajaba en la Academia Diplomática y de esta noticia me enteré por la mañana leyendo un periódico griego, pues llegó a las páginas de toda la prensa mundial. El número de divorcios, incluso comparado con el de Occidente, era muy elevado.
 
Cómo las libertades sexuales suplían la falta de libertad
 
En la década de 1920, el poder soviético soltó las riendas en todo lo referente al sexo. La liberación de la sexualidad y la emancipación de la mujer se enmarcaban en la misma lucha que se libraba en el campo de la religión, los centros educativos, la enseñanza del griego y del latín, los uniformes prerrevolucionarios, las tablas de rangos, etc. Al mismo tiempo, se despenalizó la homosexualidad. Los divorcios eran totalmente libres: se podían obtener sin poner al corriente a la pareja.
 
Luego, cuando Stalin puso en marcha la política imperial, se prohibieron los abortos, se criminalizó la homosexualidad y el divorcio pasó a convertirse en un asunto que requería mucho tiempo. Incluso en la década de 1960, si uno quería divorciarse, había que publicar un anuncio en Vechérnaya Moskva. Sólo las personas muy influyentes podían divorciarse sin que trascendiera.
 
Después de la guerra hubo una gran carencia de hombres, así que se anuló la pensión alimenticia. La cuestión del reconocimiento de la paternidad era algo que no se planteaba: si una mujer no estaba casada simplemente se ponía una raya en el certificado de nacimiento del niño.
 
Después, cuando a principios de la década de 1950, la situación empezó a nivelarse, de nuevo se tomaron medidas para fortalecer la institución de la familia. Aparecieron los aliméntschiki, padres incumplidores o malos pagadores de la pensión alimenticia. En la década de 1960, la caza de los aliméntschiki se sustituyó en parte por otro divertimento que gozaba de la aceptación general: la caza de los enemigos del pueblo.
 
De los padres incumplidores se ocupaban la policía y los tribunales, que enviaban a sus trabajos las órdenes judiciales. Por un niño había que pagar el 25% del salario; por dos, el 33%; por tres o más, el 50%. Los hombres se colocaban expresamente en empleos con el salario más bajo, daban la pensión alimenticia en base a ese salario y buscaban la manera de hacer más dinero realizando trabajos en negro. Todos los aliméntschiki estaban firmemente convencidos de que con su dinero se daba de comer a un holgazán, esto es, al nuevo marido de su ex-mujer.
 
El mercado negro de la pornografía
 
Las fotografías obscenas estaban muy solicitadas. Las vendían en los trenes unos hombres a los que, por alguna razón, se les llamaba bielorrusos. En efecto, parecían bielorrusos por ciertos rasgos: rubios, de pómulos salientes, con los ojos profundos y de un color azul brillante. Se fingían sordomudos, pero en realidad no lo eran. Se acercaban, te daban un codazo y sacaban las fotografías pornográficas.
 
Las imágenes se dividían en dos categorías desiguales: la menor parte de ellas eran copias de fotografías extranjeras; la mayoría eran encantadoras instantáneas de producción local. Todo sucedía en camas de hierro con los cabezales niquelados y almohadas de encaje y, en las paredes, colgaban reproducciones de cuadros con ositos del pintor Shishkin. Cada fotografía representaba una escena independiente.
 
Un paquete de estas fotografías costaba tres rublos. En comparación, un paquete de cigarrillos Stolichni costaba 40 rublos, una botella de vodka 3 rublos (7 céntimos de euro), una entrada al teatro, 1,5 rublos (4 céntimos).
 
A veces las fotografías se vendían como una baraja de cartas. En el reverso de cada imagen había una señal: por ejemplo, la reina de tréboles. Además, circulaban relatos pornográficos manuscritos de producción local de temática rusa. Después aparecieron traducciones del inglés, había un famoso libro titulado Vacaciones en California.
 
El Kamasutra también circulaba en copias mecanografiadas. Pero, en la Unión Soviética, en el mercado negro de libros sólo se vendían obras ‘decentes’: Kafka, Pasternak, Tsvetáyeva. Había mercados en los que se vendía ciencia-ficción, mercados donde se vendía literatura religiosa, etc. Pero no había literatura pornográfica.
 
A principios de la década de 1970, se produjo otro avance: en la Unión Soviética apareció una serie de pequeños álbumes pornográficos y tebeos de contenido sexual explícito. Los fotografiaban y se imprimían de noche. La pornografía también llegó al cine en formato Super-8.
 
Era cine extranjero y se producía fabrilmente, a juzgar por su calidad. Las películas se importaban principalmente de Alemania. Eran películas grabadas como cine mudo: es decir, no era necesario el sonido para comprender la trama. Pero ¡tenían argumento! Todas las películas de las décadas de 1960, 1970 e incluso de 1980 tenían una trama ingeniosa o entretenida, así que era divertido verlas.
 
Los anticonceptivos soviéticos
 
Los preservativos se vendían sin ningún problema en las farmacias. Pero no estaba bien visto hablar de condones y lubricantes en voz alta. En la farmacia, la mayoría de hombres se limitaba a hablar en un susurro, o bien pedían: “¡Un  paquetito!”, o también: “una cajita de aspirinas”, acompañado de un guiño.
 
Entonces era imposible imaginar que acabaría habiendo enormes escaparates de cristal con preservativos en medio de una farmacia para que los clientes consultaran a los farmacéuticos sobre la calidad, el sabor, el color y el olor del producto.
 
“El paquetito” costaba dos kopeks. Había de tres tamaños. A los condones se les echaba talco y había que lubricarlos con vaselina o saliva, a gusto del interesado. Los preservativos importados aparecieron a mediados de la década de 1970.
 
Al principio, se importaban únicamente de la India, luego empezaron a aparecer otras marcas. Había los mismos métodos anticonceptivos que ahora, sólo que más dañinos. Las mujeres experimentadas enseñaban a sus amigas que era necesario ponerse “ahí” una rodajita de limón. Y la aplicaban directamente sobre la piel. En principio, funcionaba: era un ácido, después de todo. Pero las mujeres también se lavaban con permanganato de potasio: se levantaban de un salto de la cama y se iban corriendo al cuarto de baño: allí ya tenían preparada una taza con esta agüita rosa.
 
 

La libertad del cuerpo en la Unión Soviética y la dictadura sexual contemporánea

 
El sexo era una forma de resistencia al totalitarismo. No es de extrañar que Orwell escribiera que la meta del estado totalitario era subordinar el cuerpo, anular el placer sexual. Ahora hay un nuevo imperativo sexual: la depilación, el peeling, el fitness. Nuestras chicas eran muy diferentes: las había llenitas, delgadas, con las piernas torcidas, y nadie estaba acomplejado. El culto al cuerpo de los atletas no molestaba a nadie, pues todos entendían que eran deportistas, profesionales.
 
En la Rusia actual se rinde culto al plástico, a un cuerpo irreal, cuya imagen se manipula con Photoshop. Éste es otro totalitarismo: la dictadura de los anuncios publicitarios, de la moda. En la Unión Soviética todo era diferente, quizá porque todos éramos pobres y hacíamos el amor sin más. Por eso, había mucha menos prostitución. Era una época de gratuidad general, y no podía no incluir el sexo. ¿Para qué pagar por prostitutas? Era mejor irse a bailar.
 
Prostitutas y mujeres intelectuales
 
Para encontrar a las prostitutas había que ir a los andenes de las grandes estaciones suburbanas. Estaban sentadas con las piernas estiradas y tenían el precio escrito en las suelas de los zapatos: sólo había que pasar por delante y mirar cuánto pedían por sus servicios. Las prostitutas de Moscú tenían dos tarifas: tres o cinco rublos. Las chicas se paseaban cerca de la parada de metro Prospekt mira.
 
Llevaban en la mano billetes enrollados de tres o cinco rublos: verdes o azules, así quedaba claro cuál era la tarifa por sus servicios. Pero pocos eran los que recurrían a las prostitutas: usar los servicios de una profesional era lo mismo que pagar por agua, cuando ésta salía de cualquier fuente. Abundaban las chicas dispuestas a entregarse sin necesidad de dinero a cambio, para disfrutar de los placeres del sexo.

Había, por supuesto, miedo a las infecciones. Miedo a la gonorrea o a la sífilis, enfermedades muy extendidas. Corrían muchas leyendas a este respecto. Por ejemplo, la gente sabía que con la sífilis se perdía la nariz, pero pocos sabían que esto sólo ocurría al cabo de diez años.

Por eso, los muchachos por la mañana, después de una noche ‘alegre’, se palpaban a conciencia la nariz.  Los problemas también surgían por falta de higiene: la gente se lavaba poco y mal. Se solía decir que las chicas promiscuas se lavaban más a menudo; en cambio, las intelectuales se cambiaban de ropa interior una vez cada cuatro días, cuando se lavaban.

Incluso en la década de 1970 las chicas estudiantes que alquilaban una habitación en un piso comunal y se duchaban una vez al día tenían reputación entre sus vecinos de ser prostitutas. En aquel entonces se consideraba que sólo las prostitutas se lavaban todos los días.

 
 

LA STASI Y SUS VÍCTIMAS SUBEN A ESCENA

Artículo publicado en El País (30 abril 2013) por Sergio Delgado Salmador y Juan Gómez


Jürgen Gottschalk en Mi acta y yo (Meine Akte und ich)

Este artículo llegó a mi conocimiento gracias a la gentileza de Mercedes Camps a sabiendas de mi interés por esta etapa histórica de Alemania y que reflejo en mi novela El mapa de las viudas (Premio Ciudad de Badajoz 2012 y finalista Premio Clarín-Alfaguara 2012) editada por Algaida.

Una vez más Alemania se cita con una de esas oscuras etapas de su historia a la que no tiene miedo a enfrentarse. Y no, no se trata de los nazis, esta vez le toca el turno a la República Democrática de Alemania (RDA). En Mi acta y yo (Meine Akte und ich), ocho víctimas y un funcionario del Ministerio para la Seguridad del Estado (Ministerium für die Staatssicherheit) toman el escenario de la Staatsschauspiel de Dresde para recordar sus experiencias con la Stasi.

La función se enmarca dentro del proyecto Vidas paralelas: El siglo XX a través de la policía secreta impulsado por el Festival Internacional de Teatro Divadelná Nitra de Eslovaquia, en el que participan ocho países del antiguo bloque soviético. «Vendrán de Hungría, Polonia, Rumanía y Chequia, entre otros. Yo me encargo de la parte alemana y soy el único que ha sugerido trabajar con testigos de la época», explica desde el otro lado de la línea telefónica en alemán Clemens Bechtel (Heidelberg, Baden Würtemmberg, 1964), director de la obra, estrenada el domingo en Dresde.

La iniciativa pretende rescatar el papel del servicio secreto antes de 1989 dentro del ambicioso marco del festival que busca poner el foco sobre fenómenos sociales y la recuperación de la memoria histórica. «Uno de los puntos clave del proyecto es que se abra un diálogo entre víctimas y funcionarios o autores de crímenes. Deseamos que 20 años después empiecen a sentarse juntos y promover el dialogo».

Los textos de la obra de 90 minutos de duración se escribieron a partir de una serie de entrevistas con los protagonistas: cinco víctimas de la policía secreta y tres que narran su historia desde la perspectiva de la Stasi. Entre ellos, se encuentra Gottfried Dutschke (Hainsberg, Turingia, 1945). Licenciado en Ciencias del Deporte y Biología, el alemán fue arrestado por ayudar a un grupo de amigos a huir de la RDA para reencontrase con familiares al otro lado. “A mis hijos, mi mujer y conocidos ya lo han escuchado, pero se lo quería contar a los jóvenes. Hay gente que quiere acabar con estas vivencias pero debe haber memoria histórica. Esta gente aún existe y podría ser peligrosa”, apunta sin tapujos. Tras arrestar a uno de sus compañeros de universidad en Praga, la Stasi encerró a Dutschke dos años y medio en la cárcel de Gera, una localidad a 133 kilómetros al oeste de Dresde. “Fue terrible. Mi mujer le dijo a mi hijo de 10 años que estaba en el hospital. No les hicieron nada pero estuvieron bajo vigilancia”. Junto a él, opositores, ciudadanos de otros países del bloque e, incluso, algún ex-funcionario formaban parte de una prisión en la que Dutschke fue también castigado en una celda de aislamiento. “Me metieron ahí durante tres días por negarme a salir a andar y contestar a un guardia. Fue horrible: sin luz, contacto humano y sin saber hasta cuando”.
El histórico encuentro no ha resultado, sin embargo, sencillo de organizar. “Dar con víctimas que estuvieron en la cárcel o tuvieron malas experiencias es relativamente fácil pero, lógicamente, es más si uno ha tenido algo que ver con la Stasi. Está estigmatizado, es una marca diferenciadora. Normalmente esa gente esconde su biografía”, considera Bechtel. Entre las escasas personas presentes relacionadas con los funcionarios Evelin Ledig-Adam (Vogtland, Sajonia, 1955), evoca la experiencia de su primer marido. Bajista y violinista de profesión, él confesó a su mujer haberse unido a la Stasi en 1984, dos semanas después de haber firmado el contrato. “Se unió para poder viajar y su trabajo consistía en informar sobre otros músicos. Por aquel entonces pensé que era una traición a los ideales. Tenía miedo de hablar de compañeros y de si querían ir a la República Federal. Lo que nunca sabré es si escribió informes también de mí”, sospecha la antiguamente relaciones públicas de un teatro.
Mi acta y yo se suma así a la ya extensa memoria histórica de un país que, a pesar de saldar sus cuentas con la etapa comunista, ha ido aún más lejos en lo relativo a la época nazi. «Sobre ese periodo hay un verdadero diálogo. De niños nos llevaron con el colegio al campo de concentración de Buchenwald y a mí me impactó profundamente. Es algo que no se olvida», comenta Ledig-Adam. «Después de la Segunda Guerra Mundial hubo más juicios y castigos. Ahora, la gente ha viajado mucho, ha visto mundo, están bien educados y a lo mejor ha llegado la fase de pensar», argumenta Dutschke. «Espero que la juventud conozca esto y no piensen solo en coches y cosas banales. Sería triste y peligroso».


Peter Wachs


El régimen de la RDA como protagonista en la cultura alemana

Entre los escritores quizá fue Ronald M. Schernikau el que mantuvo una relación más estrafalaria con la República Democrática Alemana (RDA): nacido en el Este en 1960, de niño pasó con su madre a la República Federal escondido en un maletero. En Hannover se afiliaría al Partido Comunista y, todavía un escolar, escribiría una novela corta sobre un joven homosexual de provincias. Lo convirtió en una de las jóvenes promesas literarias en alemán. Cuando todo el mundo daba por muerta (con razón) a la RDA, el escritor solicitó la nacionalidad de su país natal. Se instaló en Berlín Oriental en 1989, apenas unas semanas antes de la caída del Muro. Su libro de aquellos días Die tage in l. (Los días en L.) lleva el subtitulo “De cómo la RDA y la RFA no se entenderán nunca y menos a través de su literatura”. Nunca se publicó en el Este.

Schernikau murió de algo relacionado con el SIDA en 1991, en la Alemania ya unificada. Había terminado su tremendo mamotreto satírico y trágico legende (Leyenda. Contiene episodios como “Una canción para Rostock”, donde imagina una imposible victoria de la RDA en Eurovisión y la consiguiente organización del Festival en la ciudad norteña de Rostock. No se publicó hasta 1999.
En el teatro, que disfruta de gran popularidad en Alemania, ha llamado mucho la atención la pieza de 2003 Zeit zu lieben, Zeit zu sterben (Tiempo de amar, tiempo de morir), escrita por Fritz Kater. Pone en las tablas escenas de la vida de varios jóvenes de la RDA, entre nostálgicas y deprimentes.
La autopsia de sus regímenes históricos fracasados es uno de los temas principales en la cultura popular alemana. Hace décadas que interpretar a un nazi en una gran producción sirve de trampolín internacional para actores de lengua alemana. Como segunda opción queda la RDA, cuyo abanico de personajes abarca desde el espía noble de La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) hasta la enternecedora comunista enferma de Good Bye, Lenin (2003), de Wolfgang Becker. El thriller sobre la policía política de la RDA y la comedia sobre la caída del Muro fueron enormes éxitos internacionales. Menos conocida fuera, pero también un éxito en Alemania, fue la comedia de Leander Haussmann Sonnenallee (1999). Desde que desapareció en 1990, la RDA ha inspirado una larguísima lista de películas de cine y televisión.

COPENHAGUE: LA CIUDAD NÚMERO 1

Por Steve Bloomfield y Michael Booth para Monocle
(através de El País 21.06.2013)
Dos habitantes de Copenhague (Foto: Álvaro Leiva)
El nombre de este blog es un homenaje a la capital danesa, la ciudad en la que tuve la enorme dicha de vivir y que me regaló dos de las cosas más preciadas en la vida: la libertad y la calma. Regresar a Copenhague siempre es volver a «mi hogar», a mis calles, a mis barrios, Hellerup y Bernstorffsvej, los sitios que pueblan La desesperación silenciosa, mi primera novela. Copenhague es ese Norte que tanto añoro y donde, siempre que me preguntan, recomiendo que conozcan y disfruten.

Conquistar la máxima calidad mundial de vida urbana requiere el más intrincado de los malabarismos entre el progreso y la conservación, entre la estimulación y la seguridad, entre lo global y lo local. La perfección no se puede obtener, por supuesto, pero Copenhague está logrando la mejor nota en este momento.

La capital danesa ha pasado por una transformación radical en los últimos años. Quienes la visitaron hace una década encontraron una ciudad en un estado permanente de semihibernación. Las tiendas cerraban los sábados por la tarde y a lo largo del domingo. La vida nocturna solamente transcurría los viernes y los sábados. ¿Dónde estaban los lugareños? ¿Qué andaban haciendo? (Respuesta: la mayoría, jugando al balonmano o viendo la serie Taggart). Pero no se han revisado solamente los horarios de apertura: se ha producido un cambio de actitud a gran escala entre quienes viven allí. Los habitantes de Copenhague parecen haberse sacudido finalmente su desconfianza luterana hacia los placeres sensoriales y los caprichos; han descubierto la confianza y el entusiasmo hacia lo que su ciudad es capaz de ser.

Royal Smushi Café en Copenhague
(Foto: Álvaro Leiva)
La capital danesa se ha beneficiado de algunos alcaldes proféticos —todos han resultado ser socialdemócratas— que han hecho y siguen haciendo inversiones osadas en infraestructuras (terminales de aeropuertos, metros, superautopistas para bicicletas, parques urbanos y cosas así), desde Jens Kramer Mikkelsen, que lo fue hasta 2004, pasando por Ritt Bjerregaard y el actual Frank Jensen. Pero si hay un hombre que encarna el espíritu de la transformación de Copenhague en una ciudad modélica es el arquitecto Jan Gehl. Fue Gehl quien, ya en los años sesenta, señaló que el funcionalismo era deshumanizador y que, en vez de construir en el cielo, la tarea de los arquitectos era promover la vida en las calles. “Pero no se trata solamente de crear lugares donde la gente se pueda sentar a beber capuchinos”, dice Gehl. “Se trata de algo tan básico como poder encontrarnos los unos con los otros en el espacio público”. Gehl ha sido fundamental en la reducción del tráfico en el centro de la ciudad, una de las claves para crear una ciudad vivible. “Hemos demostrado que al establecer calles peatonales y carriles para bicicletas se puede crear una ciudad agradable en la que permanecer”.

Copenhague es una ciudad de bicicletas. Más de la mitad de la gente que ha de transportarse para ir al trabajo elige las dos ruedas antes que las cuatro, lo cual genera una fantástica nivelación en términos sociales: así es como se mueven desde los ejecutivos hasta las señoras que van de cena. La tendencia es que los ciclistas tengan preferencia, pero los conductores rara vez se sienten parias. La mayoría del tiempo el tráfico fluye; milagrosamente, hay sitio para aparcar.
“Copenhague solía ser una ciudad para pobres”, explica el gurú del diseño Jens Martin Skibsted, de la marca Kibisi. “Esto cambió a base de mejorar sistemáticamente las condiciones para familias con niños. Solían mudarse al extrarradio, pero gracias a la nueva atmósfera amigable hacia los niños se han quedado y han compartido sus riquezas al ir cumpliendo años. Al haber más dinero, se da una mayor cultura y un entorno más atractivo”.
La ciudad disfruta de un nivel sin precedentes de atención internacional. En televisión ponen The Killing y Borgen; arquitectos y artistas como Bjarke Ingels y Olafur Eliasson, y los revolucionarios chefs de la ciudad, han capturado la imaginación de sus colegas de todo el mundo. “Yo antes pensaba que Copenhague era una ciudad pequeña”, dice el chef Christian Puglisi, propietario del restaurante Relæ, galardonado con una estrella Michelin, y del café Manfreds & Vin, ambos en Jægersborggade. “Pero en lo que se refiere a la gastronomía, por ejemplo, nos hemos dado cuenta de que se puede hacer algo importante y de alta calidad que le interese al mundo”.
Ciclistas en el barrio de Vesterbro (Foto: Álvaro Leiva)
Jægersborggade, un lugar a evitar en su día, está atestado ahora de pequeños negocios independientes, cafés y bares, todo gracias a su arrojo inicial, y existen numerosos ejemplos de otras calles así en la ciudad.
Nørrebro, un antiguo barrio obrero, sigue teniendo sus retos, con sus viviendas densamente pobladas —algunas, aunque parezca sorprendente, todavía con baños colectivos en el sótano— y la lucha continua por integrar a su población de diversa procedencia étnica, pero es el lugar al que ir cuando te cansas de la conformidad y pulcritud escandinavas.
En los últimos años, Copenhague ha tenido que lidiar con una mayor cantidad de inmigración interna: ahora es el hogar de aproximadamente un tercio de la población del país. Con sentido común, los urbanistas han ido escalonando el desarrollo que requieren estas nuevas llegadas. Hemos visto que en Sydhavn (el puerto sur) y en la nueva localidad de Ørestad florecen interesantes hoteles, oficinas, viviendas junto al agua y la magnífica sede de la radio nacional, Danmarks Radio. Nordhavn (el puerto norte) está en marcha, con la nueva Ciudad de las Naciones Unidas al fin terminada. Las próximas de la lista en acicalarse son las inspiradoras dársenas militares de Refshaleøen, que ya son sede de una multitud creativa y artística en aumento, y la Fábrica de Carlsberg en Valby. Mientras tanto, en la isla contigua de Amager están construyendo una planta de tratamiento de residuos difícilmente carismática, diseñada por el estudio BIG de Bjarke Ingels. Tiene una pista artificial de esquí en el tejado y, aparentemente, va a echar humo.
Entonces ¿por qué Copenhague no es el número uno de esta lista cada año? Bueno, algunos podrían argumentar que debería serlo, pero algo en particular ha cambiado durante los últimos 12 meses, y no es solamente el nuevo y suntuoso mercado de comida, Torvhallerne. Quizá estemos haciendo una especulación, pero nos parece como si Copenhague hubiese sufrido un cambio de humor. En las últimas elecciones generales los daneses echaron a patadas a los xenófobos de derechas que tanto habían agriado las relaciones internacionales del país y que habían dejado a la capital convertida en un oasis aislado de diversidad y amplitud de miras.
Los lugareños siguen quejándose, por supuesto. Se quejan acerca de las obras de la nueva ampliación del metro que temporalmente se ha hecho con numerosos espacios públicos. Se quejan del tráfico y de las leyes draconianas en relación con las bicicletas (la policía tiene mano dura con los ciclistas), pero, a decir verdad, no tienen mucho sobre lo que refunfuñar.

“Los habitantes de Copenhague son gente muy maja”, afirma el chef Puglisi. “Y la verdad es que aquí hay muy buenas vibraciones actualmente”.

Vistas desde el Diamante Negro, la Biblioteca Real de Copenhague
Foto: Álvaro Leiva
Datos de Copenhague: Población: 560.000 en la ciudad; 1,7 millones en la zona metropolitana. » Vuelos internacionales: 140; 24 son intercontinentales. » Delitos: asesinatos, 9; robos en hogares, 3.748. » Horas de luz: promedio anual, 1.539 horas. » Temperaturas: máxima de media, 22º; mínima, -2º. » Tolerancia: una de las ciudades del mundo más amigables hacia los gays. El matrimonio gay ya es legal en la iglesia danesa. » Puntos de recarga eléctrica para coches: 332. » Tasa de desempleo: 6,6%. » Cultura: 14 cines; entre 70 y 80 galerías de arte; 28 teatros; 58 salas de conciertos. » Librerías: 83. » Zonas verdes: 22,6 kilómetros cuadrados o 42 metros cuadrados por persona. » Principales proyectos: actualmente está en marcha una importante ampliación del metro de la ciudad: se construirá una línea circular alrededor del centro. » Vida en las calles: en los últimos años, Copenhague ha desarrollado realmente sus espacios abiertos, sobre todo a lo largo de los muelles, con la estupenda terraza del teatro Skuespilhus, las praderas de Islandbrygge y la playa de Amager. » Cenar un domingo: a las tiendas se les permite abrir, lo cual ha dado mucha vida al centro. Las reservas de última hora no suponen un problema, salvo que se trate de Noma.

LA STASI

Cuartel General de la Stasi
Berlín Este
En la calle no anda nadie, ha desaparecido todo el mundo, aunque en Stralsund las miradas suelen estar detrás de las cortinas y los oídos en los micrófonos de la Stasi. (Capítulo veinticinco de El mapa de las viudas)
Se sabía que la policía política socialista infiltró las más altas instituciones de Alemania occidental, que un jefe de gabinete del canciller Brandt trabajaba para el enemigo y que hasta el disparo que desató la contracultura juvenil occidental partió de un policía a sueldo oriental, pero ahora acaba de saberse que miles ex agentes de la siniestra policía oriental siguen trabajando en la administración de la nueva Alemania.
Según un informe de la Universidad Libre (FU) de Berlín que adelanta el Financial Times Deutschland, 17.000 funcionarios de la presente administración democrática, en los cinco estados orientales, han tenido vínculos con la policía, en su mayor parte como topos, soplones y delatores sobre la vida de sus parientes, vecinos y amigos bajo el régimen socialista. Miles de ciudadanos cumplieron años de cárcel por faltas nimias o incluso inventadas.
 

La premiada película La vida de los otros ha hecho accesible y comprensible, recientemente, cómo funcionaba el sistema de delación y represión, en un estado que se ocupó viciosamente de reunir informes sobre casi toda su propia población. A cambio de favores, a veces mínimos, la mitad de los 200.000 miembros de la Stasi cooperaron activamente como informadores en la deslealtad hacia las relaciones personales.

Un agente por cada 50 habitantes
La República Democrática Alemana (RDA) ostenta el triste record de haber contado a un agente por cada 50 de sus habitantes. La Stasi, o Seguridad del Estado, era la policía política, en su mayor parte secreta, encartada de la labor represiva. Todo el funcionariado de la RDA hubo de ser escrutado, según la legislación aprobada para la reunificación de las dos Alemanias. Pero se ha comprobado que muchos de los funcionarios despedidos por colaboradores siguieron manteniendo tranquilamente sus puestos.
El informe de un equipo de la FU que se especializa en el sistema de la RDA ofrece revelaciones ahora “de una dimensión que nadie podría haberse esperado” a estas alturas, dice el jefe de éste Klaus Schröder. Así se sabe que en Sajonia, la región histórica más potente de la antigua RDA, la mitad de los funcionarios con demostrados servicios para la Stasi lograron manter luego el puesto en la nueva administración. En muchas localidades las leyes de limpieza en la administración se aplicaron a conveniencia y “con gran superficialidad”, según Schröder.
Recientemente se ha sabido que la pareja de policías encargada de la seguridad en la casa de fin de semana de la canciller Merkel habían trabajado para la Stasi y la policía federal (BKA) ha admitido que contrató en 1990 a 48 agentes de dicho cuerpo, de los que 23 seguían 20 años después al servicio.

 

CANON DE LA MEJOR LITERATURA NORTEAMERICANA DEL SIGLO XXI

Canon improbable de los últimos 15 años, por Eduardo Lago para El País Cultura
Partiendo de la gran obra La broma infinita, escrita en 1997 por David Foster Wallace, diseñamos un canon de la mejor narrativa estadounidense del siglo XXI.

David Foster Wallace, Jonathan Franzen,
Joyce Carol Oates y Jennifer Egan
©Agustín Sciamarella

Joyce Carol Oates. Blonde (2000).

Michael Chabon. Las asombrosas aventuras de Kavalier y Klay (2000).

George Saunders. Pastoralia (2000).

Richard Russo. Empire Falls (2001).

Richard Powers. El tiempo de nuestras canciones (2003).

Marilynne Robinson. Gilead (2004).

Annie Proulx. Mala tierra: Gente del Wyoming (2004).

William T. Vollman. Europa central (2005).

Dave Eggers. Qué es el qué (2006).

Cormac McCarthy. La carretera (2006).

Denis Johnson. Árbol de humo (2007).

Joshua Ferris. Entonces llegamos al final (2007).

Richard Price. Lush Life (2008).

Thomas Pynchon. Vicio propio (2009).

Colum McCann. Que el vasto mundo siga girando (2009).

Colson Whitehead. Sag Harbor (2009).

Lydia Davies. Cuentos reunidos (2009).

Jonathan Franzen. Libertad (2010).

Jennifer Egan. El tiempo es un canalla (2010).

Chang Rae Lee. Rendidos (2010).

Don De Lillo. Punto Omega (2010).

Téa Obreht. La esposa del tigre (2011).

Junot Díaz. Cómo conseguir que tu chica te abandone (2012).

Louise Erdrich. La casa redonda (2012).

Sherman Alexie. Blasfemia (2012).

  Una tensión narrativa que no palidece, por Eduardo Lago para El País Cultura

MADAME SHANGHAI



XVIII Congreso del Partido Comunista



Fotografía 1
Una elegantísima mujer, en un atardecer lluvioso, saliendo de un centro comercial en la intersección de Nanjing lu y Shanxi lu, a escasos metros del hotel Ritz de Shanghai. Viste perfecto tailleur claro, bolso y zapatos conjuntados, paraguas inglés y de su mano pende una bolsa con la inscripción Christian Dior. Me acuerdo de Kyo Gisors, el personaje de André Malraux en La condición humana, y de los miles de humillados y ajusticiados que habían apoyado al Kuomintang hasta 1949 y que tuvieron que embarcarse a Taiwán (a la isla de Formosa) y de los que perecieron por una inútil Revolución Cultural.
Fotografía 2
Desde el malecón del Huangpu observo extasiado la majestuosidad del Pudong, con sus torres brillantes y afiladas que se elevan como una ofrenda a la diosa Finanzas en una fría y acristalada belleza de inspiración-imitación de Nueva York. Pienso en la azotea de la última planta con sus bares y restaurantes de lujo y cuál debe de ser la sensación si uno cae o lo tiran al vacío desde tan alto estándar. El estómago se me encoge y el corazón sufre un traspié.
Hennessy Cognac, 1930
Fotografía 3
El Peace Hotel, el viejo Cathay de la mafia china y las juergas de principios del siglo XX, aún conserva aires aristocráticos de deliciosa decadencia. Lámparas mortecinas que dibujan sombras sobre las mesas, rincones de confidencialidad y secretismo, el banal cuchicheo de mujeres ricas de ojos rasgados y pieles ardientes, misteriosas, peligrosas, deliciosas… Transacciones de toda índole regateadas a base de sangre y sexo. Y los azulejos verdes de las paredes, como si al Cathay lo hubieran construido de jade. Son tiempos de mucho charleston, de mujeres y hombres con sombreros, de sonidos de jazz entre humos de tabacos y opio.
Fotografía 4
La avenida Zhongshan se contonea al ritmo del Huangpu, en cuyo malecón, justo frente al hotel, se levanta la estatua de un Mao Tse-tung septuagenario, efigie de un líder que acabó absorbido por la ambición de la Banda de los Cuatro sátrapas que comandaba su mujer bajo el rótulo de Revolución Cultural. Su imagen borra de un plumazo cualquier idea romántica y decadente de los años 30, de los tiempos de las concesiones extranjeras, los territorios arrendados a las potencias occidentales. Casualidad o burla, su figura diminuta está enfrentada a los gigantes de acero y vidrio que dominan la bahía amarilla.
Fotografía 5
Sopla el viento en Pekín y los 5 grados centígrados convierten las gotas en solidez de escarcha, mientras que la estoica Nomenklatura, reunida en la Asamblea Popular, junto a la plaza de Tien-an-men, pare a un nuevo timonel en el XVIII Congreso del Partido Comunista, al hombre que tendrá que evitar el choque que se aproxima entre una China que emerge interminable, como el lomo de una ballena, y la débil equidad social que agranda las diferencias cada vez más insalvables.
Última fotografía
El viejo Gisors (el padre) contemplaba su pipa. Delante de él, la lámpara encendida, la cajita del opio abierta y las agujas limpias. Fuera, la noche. En la habitación, la luz de la lamparilla y un gran rectángulo claro que surge de la puerta abierta de la habitación contigua, donde han trasladado el cuerpo abatido de Kyo (el joven Gisors).

PASEO POR COPENHAGUE

Nyhavn
©Carmen Garrido
He tenido el enorme placer de vivir en Copenhague y nunca, hasta leer la columna de Francisco Javier Irazoki, había descubierto una descripción breve y tan acertada de esa ciudad que ha entrado para siempre en mi vida.
Texto de Francisco Javier Irazoki, en Radio París, para El Cultural (21-09-2012)
Paseo por Copenhague. Según los datos de cultura, paz social, economía y arquitectura, es la urbe del mundo donde mejor viven las personas. Su historia no fue tan idílica. Los siglos XVIII, XIX y XX, con epidemias de peste, guerras y ocupación nazi, la sumieron en caos, pobreza, dictadura. Las dificultades han desembocado en una democracia ciclista para cuerpos fibrosos. Hoy la amabilidad y los gestos civilizados son los deportes nacionales. Esta perfección y el orden limpio podrían resultar insulsos, pero han sido realzados por un espíritu de creatividad. Algunos notorios músicos norteamericanos de jazz se instalaron aquí. El saxofonista Ben Webster, el pianista Kenny Drew o el trompetista Thad Jones contribuyeron a las variedades estéticas. La reapertura del Jazzhus Montmartre, la construcción de una Ópera de acústica afamada y las formas futuristas del distrito Orestad consolidan los entusiasmos artísticos. Desde hace más de cuarenta años, la ciudad tiene también su alternativa libertaria, el barrio Christiania, donde aproximadamente mil habitantes viven sus creencias hippies (aunque descreídos de las drogas duras). Acaso gracias a la influencia de los primeros inconformistas, el paseante disfruta con la proporción justa de automóviles en el reino de las bicicletas. Contra el clima áspero se ha pensado un urbanismo a favor del placer y, con tiempo soleado, los lectores ocupan las sombras de árboles y terrazas. Su afición la limita un ligero aislamiento, porque en las librerías se exhibe insuficiente litera- tura extranjera. En verano, Hamlet, príncipe de Dinamarca, consuma su otra venganza en los grandes parques de Copenhague: el arte de vivir.

ADIÓS AL HUTONG




Hutong en Pekín
Me tiendo de espaldas sobre la cama. Me cubro los ojos con las manos ocultando que se han anegado.
El cuello era como el de una tortuga, hasta tenía el mismo color. Un cigarrillo entre los dedos y las uñas largas y oscurecidas. Me gustó pensar que, en el hutong, le conocían como “el viejo Nian Zu”, aunque su edad era indefinida, puede que haya tenido sesenta u ochenta años, daba igual. Era un hombre respetable.

Nian Zu estaba agachado en el umbral de la puerta fumando. A su lado, un niño comía arroz de un cuenco que sostenía en su regazo. El niño maniobraba los palillos como a mí me gustaría hacerlo y tenía la boca inflada de arroz; algunos granos caían de entre sus labios nuevamente al cuenco. Pensé en su nombre y lo bauticé Guang. Al pasar a su lado, estiró un brazo con el palillo y me dirigió unas palabras en chino-bebé. Le sonreí y me sonrió. Me guardé mucho de no sacarles una foto, esa manía tan nuestra de llevarnos la vida de los demás en un carrete o en un chip, de violarlos en su intimidad como a los monos en el zoo. Continué andando por la callejuela y, al girarme, observé que Nian Zu seguía en la misma postura contemplativa, consciente de que la vida transcurre y no porque corramos detrás de ella vamos a poder alcanzarla. Su sabiduría, no la letrada sino la milenaria de su raza, le permitía permanecer aparentemente impávido delante de su casa.

En el distrito de Chongwen, los restaurantes antiguos se suceden entre tiendas de ropas y de alimentación; burdeles y fotos revolucionarias de un Mao Tse-tung joven y risueño; proletarios barriendo las calles y humeantes puestos callejeros de comidas calientes.
Me incorporo en la cama y busco mi caja repleta de mapas. Encuentro el tríptico verde que me acompañó y me guió por la ciudad de Pekín. Señalo con el dedo un espacio bastante grande, una barriada típica que rodeé durante unos días hasta que decidí atravesarla, internarme en su inmensidad armoniosa entre la avenida Qianmen, arteria recta al sur de la plaza de Tian an men, y el Templo del Cielo, en el parque de Tientan. Según el telediario se trata de una zona derruida, montones de escombros como si se tratara de un bombardeo o de un terremoto. Son (eran) los hutongs, los barrios tradicionales y pobres de la capital. Dicen que por las noches entran las excavadoras y arrasan con lo que hay entre las adyacencias, que demuelen el pasado para construir un futuro acorde a las demandas y al “progreso”.
Juegos Olímpicos 2008. Pekín necesita mostrar su cara más moderna, ese rostro por el que Occidente se desvive. Los terrenos se revalorizan, las torres acristaladas de decenas de pisos crecen como hongos y los pobladores son reubicados. Todo es así de fácil y de rápido. Las autoridades chinas necesitan lavarle la cara a la ciudad (cabe decir, como han hecho todas las ciudades olímpicas anteriores) y para ello son indispensables los terrenos en el centro de la capital para poder montar las instalaciones de exigencias deportivas colosales. A la mega construida residencia imperial sólo le quedaban algunos espacios libres: los hutongs, esos sitios en los que la calma oriental me pareció palpable, donde la gente observaba pasar la vida con inteligencia milenaria, donde beber una taza de té o comer un cuenco de arroz sentados en las puertas de las casas era una ceremonia largamente practicada, como lo hacían Nian Zu y el pequeño Guang.
Las medallas que se obtienen a través de las competiciones deportivas demuestran los músculos y la salud de un pueblo. 2008 es una cita importante para la nueva China, la llama y el espíritu atenienses, después de una travesía harto complicada y publicitada por los medios.
Escribió la gran Marguerite Yourcenar, refiriéndose a la ciudad de su Adriano: “La menor restauración imprudente infligida a las piedras, la menor carretera de asfalto que invade un campo donde creció la hierba durante siglos, determina para siempre lo irreparable. La belleza se aleja; la autenticidad también”.
Publicado en revista Letralia con motivo del Especial Juegos Olímpicos Beijing 2008