Paul Wittgenstein, según su amigo Thomas Bernhard, aguantaba de pie durante horas en la Ópera de Viena o cantaba La Valquiria de Richard Wagner, quizás en un intento desesperado por invocar la protección de las guerreras frente a los enanos oscuros que acechaban su cabeza.
Osamentas que cuelgan de cráneos casi muertos y apoyadas sobre pies que se arrastran por los pasillos de los pabellones del Steinhof. En 1967, Bernhard y Wittgenstein (sobrino del filósofo Ludwig Wittgenstein) acabaron allí por motivos diferentes. El primero en el pabellón Hermann, para afectados del pulmón; el segundo en el pabellón Ludwig, donde los trastornados psíquicos. Ambos habían corrido casi hasta la muerte, uno por la tuberculosis y el otro por la locura. Bernhard había cambiado su escritura filosa por los sudores nocturnos y la tos con sangre. Wittgenstein había cambiado el frac blanco de la sastrería Knize por la camisa de fuerza.
Wittgenstein, ya casi al final, soñaba con ir a Venecia y dormir a gusto en el Gritti. La vida es pérfida y, a cambio, Wittgenstein fue muchas veces al Steinhof donde los enfermeros lo encerraban en una de las jaulas, camas con barrotes por los lados y por arriba, hasta que estaba quebrantado y, por consiguiente, listo. Bernhard, con un maravilloso toque de pedantería intelectual, relata la pasión de su amigo por la Sinfonía de Haffner y por la música de los motores de Fórmula I en el circuito de Monza. Su narración discurre por lo nimio y lo vital, por lo abstracto y lo real.
El sobrino de Wittgenstein es una historia de amistad entre dos hombres cultos acosados por las enfermedades. Es la historia de una relación que, en palabras de Bernhard, tanto bien me hicieron y, en cualquier caso, mejoraron mi existencia de la forma más útil, lo que quiere decir de la que convenía a mis aptitudes y capacidades y necesidades.
La amistad con Paul llegó a su final en el propio piso de éste en el centro de Viena. Thomas Bernhard se vio ya no con una persona viva sino muerta hacía tiempo, y entonces se apartó. Antes de irse del piso de Wittgenstein, Bernhard lo vio sentado en el sofá verde oscuro, llorando con las manos apretadas entre las rodillas. Nunca se perdonaría el haberse alejado de su amigo por ese bajo instinto de conservación que consiste en evitar a los marcados por la muerte.
Bernhard, cual doncella guerrera de La Valquiria, recoge el alma del héroe muerto en la batalla y la deposita en el Walhalla del mundo.
El sobrino de Wittgenstein
Thomas Bernhard
Anagrama (2015)
Traducción de Miguel Sáenz