Dinamarca

BORRASCA

nieve3

4 de la tarde y es de noche en Copenhague. Te escribo desde el ático, una especie de palomar con ventanuco oval de vidrios astillados. Me rodean cajas, cajitas y cajones, algunas sillas apiladas, dos marcos viejos con el dorado descascarillado, maletas enfundadas en el verde del moho… Una extraña mezcla de recuerdos familiares, de infancias ajenas, olores y objetos de historias de otros y el rasgueo apresurado de las uñas de los roedores sobre la madera del suelo.

El techo de la estación de Bernstorffsvej reluce bajo el manto de nieve. El viento brama entre las ramas desvestidas de los árboles y en el horizonte, por sobre las casas, vuela un aire blanquecino que desdibuja los contornos. Los frágiles copos de cristal revolotean como los insectos bajo la luz de las farolas. El silbido del tren mød København, suave en las noches de verano, ha sido silenciado por la cólera del invierno.

En las ventanas de todas las casas hay un pabilo encendido, sereno en su andar lento hacia la muerte.

Diciembre de 2001

@DanielDimeco

AUTORRETRATO

La autora by Birthe Melchiors

Yo no sé:
cocinar
llevar sombrero
ser acogedora
llevar joyas
arreglar flores
recordar citas
agradecer regalos
dar la propina adecuada
retener a un hombre
mostrar interés
en las reuniones de padres.

No puedo
dejar de:
fumar
beber
comer chocolate
robar paraguas
quedarme dormida por la mañana
olvidarme de recordar
cumpleaños
y limpiarme las uñas.
Hablar
por boca de otros
revelar secretos
amar
lugares extraños
y psicópatas.
Puedo:
estar sola
fregar platos
leer libros
construir frases
escuchar
y ser feliz
sin mala conciencia.

Tove Ditlevsen (Dinamarca)

LA PEQUEÑA JONNA

by Joakim Eskildsen

Katrine, una de las amigas de Jonna Olsen, vivía en un hogar umbrío. Katrine guardaba una montaña de compresas usadas debajo de los muelles del colchón de la cama. Son mis hijos, decía, y se dejaba caer al suelo entre sollozos.

Kirsten Thorup, Gran Premio del Consejo Nórdico de Literatura 2000, encadena un relato llano, salpicado de esos instantes oscuros que nos coloca en la permanente espera del hecho que nos puede hacer sobresaltar. El tiempo transcurre aunque pareciera que se ha detenido desde hace mucho y que todo continúa igual. Una sucesión de acontecimientos cotidianos aderezados por los sinsabores de quienes no tienen nada material y viven en un fino equilibrio entre la caída y el descenso.

La cocina de la casa de la infancia y el hogar estrecho del ahora. Los hermanos que una vez, hace ya muchos años, decidieron irse tan lejos como se lo permitió el planisferio. El padre al que ven poco y la madre que le espera asándole el pollo con patatas nuevas. El alcoholismo y la soledad de la que pareciera que es imposible zafar. Las estaciones van una tras otra sin parar, pero manda el invierno escandinavo y su mano firme sobre aquella Jutlandia paupérrima de posguerra. Personajes que el destino ha entrelazado para que compartan un mismo sitio perdido en el mundo.

El padre de Jonna, la protagonista-narradora de La pequeña Jonna (Errata Naturae 2015), no deja de pensar en el momento de volver a marcharse en sus trenes y sus coches de línea a recorrer el país y alojarse en tristes cuartuchos de pensión. Mejor eso que quedarse allí sentado como en una cárcel.

Aspiraciones truncadas por el corsé de lo correcto y lo incorrecto, seres esclavos de esa línea social, rígida y tiránica, trazada para regular el bien y el mal a través de la vigilancia de los ojos tuertos de los demás.

@DanielDimeco

HERMANOS (BRØDE)

Veterano de Afganistán by Søren Solkær

Veterano de Afganistán by Søren Solkær

Siempre te querré. Es la única verdad que reconozco.

Tragar el polvo del desierto, restregarse los ojos enrojecidos por la arena, lamerse los labios resecos por la falta de agua y acabar despertando a una pesadilla (o pasar de una a otra) que marcará la memoria para siempre dibujando una herida imposible de cicatrizar.

Hermanos (Brødre 2004) es una película de la directora danesa Susanne Bier. Una historia de guerra de talibanes y de belicismo familiar. Un relato que se aproxima a la barbarie y que muestra cuál puede ser la cuota a pagar si se sobrevive a ella. Una narración en la que uno de los ejes es la readaptación al propio medio que ya ha dejado de serlo gracias a una guerra lejana. Y reubicarse desde el otro lado de un parapeto emocional alimentado por unas condiciones psíquicas que han sido modificadas.

La mayor de las batallas no se desarrolla en las montañas de Afganistán sino en la propia cabeza del guerrero devuelto a casa y que pone el ojetivo en su hermano (Nikolaj Lie Kaas) y en su propia mujer (Connie Nielsen). Una interpretación a cargo de Ulrich Thomsen, el mismo actor que interpretó al hijo que desbarata la fiesta de aniversario de su padre en La celebración (Festen 1998).

Y un gran secreto, una fuerza brutal que pone todo el orden socio-familiar patas arriba.

UMA THURMAN EN EL CAFÉ VICTOR

café victor

Cafe Victor – Ny Østergade 8 – 1101 København K

Año 2006. Ahora escuche mi voz, mi voz le guiará hasta Copenhague… Ahora voy a contar de uno a diez, cuando llegue a diez estará en Copenhague…

No se trata de una película de Lars von Trier. No es su Europa, yo no soy el narrador Max von Sydow y usted no es ni Kessler ni Hartmann. Si eso es lo que cree, debo decirle que se trata de una mera coincidencia.

Diez. He dicho diez y usted está en Copenhague. Cierre los ojos y cuando los vuelva a abrir los colores se habrán refugiado en el blanco, el negro y el sepia. Usted entrará en un estado de película antigua.

Deténgase en esa esquina del barrio de Nørrebro. La lluvia cae sin cesar y usted está a punto de vivir una escena de espionaje de posguerra. Abra la puerta, entre al restaurante y adéntrese en una estancia de los años 50 (en Escandinavia, no lo olvide), luz de velas en la noche fría y murmullos por conversación: Café Victor. Allí, sentada a una mesa redonda, se encuentra Uma Thurman. No la mire aún, sólo se lo he dicho para que esté prevenido. Quítese la gabardina y con el paraguas entréguesela al hombre alto y rubio de sonrisa glacial que aguarda de pie a su derecha.

¿Huela el aroma a carne asada y a arenques? Ahora puede mirar hacia su mesa, a la de Uma Thurman. Ella está sola. De repente, se levanta y pasa a cincuenta centímetros de usted. Alta y rubia, lleva un vestido hasta la rodilla, un escote generoso, botas y el cabello recogido en un moño.

Cuatro años sin poner sus pies en la ciudad y la casualidad le ha llevado nuevamente al norte, a la lluvia eterna y al cielo plomizo, al frescor noctámbulo y al agua báltica azul topacio de los canales… A usted le ha sido asignada una misión. Todo ha cambiado. Usted ha viajado a Dinamarca para cometer un asesinato, para matar a alguien que está en el Café Victor ahora mismo. Pero relájese y oiga lo que le voy a pedir: no lo haga, no apriete el gatillo. Ahora contaré hasta tres y le pondrán delante un plato de cerdo caramelizado. Uno… Dos… Tres. ¿Qué le parece?

No mire hacia la puerta. No lo haga. Cene… Por observar hacia la puerta acaba de perderse el regreso de Uma Thurman.

Toque la culata del revólver con naturalidad. Eso es, bien hecho. Ahora continúe degustando el cerdo. ¡Ah! Skål y que disfrute del vino alsaciano. La persona por la que usted está en el restaurante se ha sentado a la mesa de la actriz, de espaldas al espejo grande que hay en la pared del fondo. Mire si quiere, sé que no puede contenerse.

¿Qué piensa hacer? Las instrucciones que le han dado son que lo invite a ir hasta el coche negro que aguarda aparcado en la calle, en la acera de enfrente. Una vez dentro, golpéelo en la cabeza y después lo arroja al Havnebussen con un peso atado al cuello.

Ahora levántese y vuelva a tocar el revólver para asegurarse de que sigue allí. Camine lentamente hacia la mesa de Uma y del hombre importante y no se preocupe por interrumpirles. ¿Qué le ocurre? ¿Por qué no avanza como le he dicho? ¿No piensa llevar a cabo las instrucciones que le han dado? Entonces saque el arma y dispare a quemarropa. Usted es un sicario y le pagan para que haga su trabajo.

Uma Thurman le está mirando a usted y le sonríe. Haga usted lo mismo… Así está mejor. El hombre que la acompaña lo observa entornando la mirada. ¿Adónde va? ¡Espere! No se olvide de pagar y recoja la gabardina y el paraguas.

Ya ha salido del Café Victor. Ahora relájese. Sienta el agua empapándole el rostro y el frío calándole el cuerpo. Cierre los ojos y cuando vuelva a abrirlos se enfrentará a la realidad. A otra realidad.

@DanielDimeco

EL PUEBLO SECRETO DEL ODIN TEATRET

 

Peter Bysted




Este año se cumplen 50 años del Odin Teatret de Holstebro, Dinamarca. Rescato una entrevista que le hiciera María Esther Gilio a su director, Eugenio Barba.
Eugenio Barba es un italiano clásico. Su cabeza trae a la memoria aquella de frente alta, mandíbula fuerte y pelo abundante y ensortijado que reiteran las esculturas italianas de todos los tiempos. Nacido en 1936, en el sur de Italia, fue en el norte de Europa -Noruega, Suecia, Polonia y sobre todo en Dinamarca- donde formó el teatro llamado Odín, uno de los más interesantes de este siglo. Alguna vez dijo: El actor debe cabalgar al tigre, no dejarse descuartizar. Ver su teatro es adquirir la serena convicción de que el tigre, aun despiadado y feroz, ha estado dominado.
Usted ha escrito un libro dedicado a Grotowsky que llamó En busca del teatro perdido. ¿En qué sentido se habría perdido el teatro?
Lo que yo consideraba perdido era el sentido que el teatro tenía en las primitivas sociedades. Los grandes reformadores de nuestro siglo son justamente personas que han tratado de darle un nuevo sentido al teatro.
Usted a menudo nombra a Stanislawsky, Brecht, Artaud, Grotowsky, pero nunca a Kantor.
No, Kantor fue un gran director que hizo magníficos espectáculos pero lo que caracteriza a estos creadores es que ellos han sistematizado sus enseñamos en libros. Y eso es una paradoja. Artaud no fue un gran creador de espectáculos pero su libro es grande. Aquellos que usted nombra son hombres que han escrito sus libros en forma tal que despierta en la gente que los lee una especial adhesión, a menudo el deseo de seguirlos.
Grotowsky ha dicho, refiriéndose a usted: “él es mi único discípulo, el único que ha sabido traicionarme». ¿En qué consistieron sus «traiciones”?
Antes que nada, los dos estamos del mismo lado. Es decir, no hay separación en lo esencial. Ambos tenemos la misma perspectiva sobre lo que es la responsabilidad del teatro. Yo hice lo que debe hacer todo discípulo: caminar con mis propias piernas.
¿La diferencia estaría simplemente en que usted es Barba y él es Grotowsky?
Sí, dos personas diferentes, que han vivido circunstancias diferentes. Él es polaco, ha trabajado con actores polacos, dentro de un contexto católico muy fuerte, bajo un gobierno bastante represivo. Yo soy italiano y he vivido la experiencia de adaptarme a otra cultura, la escandinava.
¿Usted eligió esa cultura que es, creo, la contracara de la suya, o fue llevado por el azar?
Creo que la elegí. Cuando terminé el liceo me atraía lo que veía como más opuesto. El norte de Europa. Y el hecho de trabajar en Noruega, Suecia y Dinamarca, viviendo una forma de exilio idiomático, me llevó a soluciones que determinaban esas circunstancias.
Cuando llegó a Noruega eligió para su teatro a aquellos alumnos que la escuela oficial había rechazado. ¿Había en eso una especie de desafío?
No. Yo tomé lo que estaba allí porque no podía permitirme otra cosa. Lo que finalmente decidía a favor o en contra de un actor era su capacidad de atenerse a la disciplina que yo exigía de los actores. Porque las reglas de trabajo que imponía eran muy duras. Lo que resolvía en favor de uno y de otro era, en definitiva, su obstinación, su vehemencia.
En el Odin se habla permanentemente de la pobreza como de algo fundamental a su esencia. ¿Que sentido tiene la pobreza en su teatro?
El sentido de suprimir todo lo accesorio, lo superfluo, el lujo. En definitiva sólo debe quedar lo esencial.
¿Qué sería lo esencial?
La relación entre el actor y el espectador, eso es siempre lo esencial.
¿Cuál sería la diferencia entre un teatro pobre en un país rico y un teatro pobre en un país pobre, como son en general los latinoamericanos?
Hay una gran diferencia. El grupo que en un contexto rico hace teatro pobre no hace lo que las circunstancias pueden permitirte sino lo que está eligiendo. Podemos decir que si queremos luchar contra el espíritu del tiempo, contra las tendencias de nuestra época, debemos escoger lo contrario de lo que nuestras circunstancias nos proporcionan.
¿Entonces en América Latina el teatro deberá tratar de ser rico?
Sí, rico, pero no superfluo o lujoso, ni siquiera rico a nivel tecnológico. Rico sí, en el cuidado con que se prepara un vestido, un accesorio. Rico en capacidad para despertar asociaciones. Es evidente que quienes viven en los países ricos están casi bombardeados por cientos de espectáculos y representaciones de todo tipo. Para ir más allá de ese bombarda debemos desnudar lo esencial. Esto será lo que nos permitirá reflexionar, dialogar con nosotros mismos sin que lo accesorio nos aleje de esa relación fundamental.
El Odin suele invitar a maestros tradicionales. Además de Grotowsky, Darío Fo. Me sorprendió ver entre los invitados a Jean-Louis Barrault, un gran actor pero bastante tradicional.
Barrault no es el único actor tradicional que invitamos. Es un actor de teatro tradicional pero es un hombre que ha seguido su propia trayectoria, que nunca se dejó seducir por el poder o el dinero. Cuando lo echaron de la Comedia siguió haciendo lo suyo en una carpa. Un actor, una persona interesante.
Eugenio Barba

Se habla del Odin como de “teatro antropológico”. ¿Qué significa exactamente?

Yo no utilizo mucho este término. Aunque sí me ocupo de antropología teatral, que es el estudio comparado de los principios étnicos que caracterizan a los actores, lo cual es muy distinto. Yo investigo sobre qué puede aprender un actor latinoamericano de un actor chino sin repetir el estilo de éste.
Se trataría de ir a los principios que determinan una técnica y no a lo visible de la técnica.
Claro. Ahora bien, creo que este término «antropológico» que califica al Odin viene de nuestra propuesta de reflexión sobre nosotros mismos. Al vivir en una época en que los valores no están dogmáticamente establecidos no tenemos otra salida que la de cuestionarnos permanentemente a nosotros mismos, tratar de investigar qué hacemos, qué nos pasa, de qué somos testigos. Todo esto nos obliga a una experiencia existencial que nos lleva en definitiva a enfrentarnos con el hombre, el ántropos.
Usted insiste en alguno de sus libros en las grandes diferencias que hay entre los públicos. ¿No hay nada que sea común a todos?
Hay momentos, sólo momentos, comunes a todos. Silencios que son así. Siempre. Hay algunas escenas en el espectáculo que son acompañadas por una calidad de silencio que es común a todos los públicos.
¿Cómo puede diferenciarse ese silencio de otros silencios?
Es un silencio en el que parece que todos respiran al mismo ritmo.
Como si se tratara de un solo cuerpo.
Sí, como si cada uno trascendiera su individualidad y formara parte de una única, común, experiencia. Yo viví eso cuando vi nacer a mi hijo. A pesar de que algunos estaban actuando y otros sólo mirábamos, algo muy fuerte nos unía. Algo que se manifestaba en la respiración de todos.
Usted en uno de sus libros se refiere a condiciones exteriores que determinaron el perfil del Odin. El no haber sido aceptados es una. ¿Eso los llevó al aislamiento?
No ser aceptado quiere decir no ser valorado. Nadie puede vivir sin tener algún valor para alguien. Y si no existe ese alguien que vea tu valor, tú debes inventarlo. Inventar tu propio valor. El Odin se inventó algunos valores profesionales que el medio no compartía y aún no comparte.
¿Quién no los comparte? ¿Dinamarca, por ejemplo?
Europa no los comparte. Estados Unidos no los comparte. Para nosotros es fundamental nuestra genealogía. No sólo Grotowsky, que aún vive, sino Stanislawsky, Brecht, Artaud. Esto nadie lo dice en el medio teatral. Pero ellos son nuestros interlocutores. Por eso nosotros decimos que dialogamos con los muertos.
Ellos, como ustedes, no fueron aceptados.
Todos ellos fueron marginados por la cultura dominante.
¿Cómo se combina esto con la afirmación de ustedes de ser autodidactas?
Ser autodidacta significa que no hay una persona que dice: «esto está bien, esto está mal». Tuvimos que fiarnos de la intuición. Yo no tenía categorías. Ni pensaba en ellas. Sólo pensaba en dar a mis actores informaciones funcionales, operativas, que resolvieran los problemas del día a día.
Usted habla en varios contextos de «cambiarnos a nosotros mismos si queremos cambiar al otro».
Esta frase es la consecuencia de un rechazo que yo sentí hacia todos los que hablaban de cambiar la sociedad: estudiantes, obreros, pero que no daban el primer paso.
El primer paso era cambiarse a sí mismos.
Hay que empezar por el que está más cerca, que es uno mismo.
Nosotros, los latinos, rechazamos bastante la idea de la disciplina. Usted también es latino pero dice, sin embargo, que «la disciplina nos hace libres» y que «nada es posible sin disciplina».
Hablo de la disciplina que nosotros mismos nos imponemos para que nuestro cuerpo sea capaz de expresar lo que pretendemos sin caer en una forma de exhibicionismo o de manierismo. Nuestro teatro no existiría sin esta disciplina.

¿Qué quieren decir ustedes cuando proponen »permanecer extranjeros”?

Ser extranjero es tener la mirada nueva. Mirar siempre con curiosidad la realidad del entorno, vencer la rutina. El extranjero está siempre atento a lo que lo rodea.
El Odin tiene, sin lugar a dudas, una posición de rebeldía. Ustedes lo dicen: «el teatro es rebelión». Pero también dicen algo que me parece un admirable principio de salud: «hay que saber trasmitir el sentido de la rebelión sin ser aplastado». ¿Cómo lo hacen?
Si tomamos de nuevo a aquellos maestros de los que hablábamos -Stanislawsky, Grotowsky, Brecht- veremos cómo ellos sobrevivieron a pesar de estar siempre contra el Poder. Eran maestros en este arte. Hay una historia que escenificó Grotowsky, en este sentido, muy interesante. Se trata de un hombre que, encerrado en un cuarto, intenta día tras día romper el muro con la cabeza para poder salir. Un día, al dar el golpe, cae hacia el otro lado. Ahí se da cuenta de que no hay más muro. Su cabeza se ha transformado en muro. Y este es el peligro en la lucha. Hay un momento en el que, de pronto, pensamos que la oposición, la resistencia, aquello contra lo cual luchamos, se ha convertido en una parte de nosotros mismos.
Usted habla a menudo de aquellas personas que habitan su propio cuerpo. «Viajeros que cruzan el país de la velocidad», dice. Yo diría que usted mismo es uno de ellos. ¿Qué dice usted?
Es extraño porque cada uno de nosotros ha encontrado alguna vez una persona que no pertenece a nuestra cultura, pero que al hablar, al colaborar con ella vemos que no importa que sea japonesa, inglesa o de algún país latinoamericano. Ésa persona es Katsuko o Eugenio o Jean-Louis, que viven en su propia biografía. Que tienen en su interior una energía que hace desaparecer todo lo que es superficial, exterior, folklórico.
¿Adónde nos lleva el encuentro con estas personas del “país de la velocidad”?
Es importante para el conocimiento de nosotros mismos. El encuentro con el otro nos lleva por el camino de conocernos. Tú no te conoces hasta que encuentras algo diferente y lejano a ti que te obliga a reaccionar. Reaccionando te descubres. Y creo que aquí estamos tocando uno de los dos aspectos de la identidad europea: el deseo de conocerse a sí mismos, que empezó con los filósofos griegos. El otro aspecto de esta identidad tiene que ver con el deseo de traspasar los límites conocidos.
¿El amor por la aventura?
Sí. En este sentido me siento profundamente europeo.
En este segundo aspecto pienso que hay una diferencia importante con las culturas orientales.
Ellos tienen una serena aceptación de los horizontes marcados.
En un espectáculo que el Odin dio en Buenos Aires usted dijo algo así como que “todos estamos aquí para descubrir nuestro aspecto odiniano”. Parecería que ahí estaba refiriéndose al sentido del teatro.
Odin es una divinidad guerrera escandinava con dos aspectos. Uno muy destructivo, ya que Odin va al ataque para matar. Y otro muy positivo, ya que es un chamán que se cuelga del árbol del conocimiento para aprender el secreto de la escritura, o dicho de otro modo, para encontrar una disciplina que le permita usar la totalidad de sus fuerzas. Sus oscuras fuerzas no son destructivas ni creativas. La historia del siglo XX, entre los años 30 y los 50, muestra el triunfo de la barbarie, de las fuerzas oscuras. El teatro, según creo, debe enfrentar al conocimiento de esas fuerzas para tratar de entender de qué manera se las puede disciplinar, transformar en algo constructivo.
¿Cuál es, para usted, la relación entre el actor y el personaje?
¿Qué es el personaje? Es algo ficticio, algo que existe para que hablemos de él, ahora, entre nosotros. Para el actor es el instrumento que le permite desmontar acciones físicas y vocales. Es lo que le permite al espectador comentar su proceso de creación. Finalmente: ¡qué es el teatro! El momento de creación para el espectador. Claro que ese proceso de creación está condicionado por lo que el actor hace. Por eso es fundamental. Pero teatro sólo existe si hay espectador. Con actor solo no hay teatro…

COPENHAGUE: LA CIUDAD NÚMERO 1

Por Steve Bloomfield y Michael Booth para Monocle
(através de El País 21.06.2013)
Dos habitantes de Copenhague (Foto: Álvaro Leiva)
El nombre de este blog es un homenaje a la capital danesa, la ciudad en la que tuve la enorme dicha de vivir y que me regaló dos de las cosas más preciadas en la vida: la libertad y la calma. Regresar a Copenhague siempre es volver a «mi hogar», a mis calles, a mis barrios, Hellerup y Bernstorffsvej, los sitios que pueblan La desesperación silenciosa, mi primera novela. Copenhague es ese Norte que tanto añoro y donde, siempre que me preguntan, recomiendo que conozcan y disfruten.

Conquistar la máxima calidad mundial de vida urbana requiere el más intrincado de los malabarismos entre el progreso y la conservación, entre la estimulación y la seguridad, entre lo global y lo local. La perfección no se puede obtener, por supuesto, pero Copenhague está logrando la mejor nota en este momento.

La capital danesa ha pasado por una transformación radical en los últimos años. Quienes la visitaron hace una década encontraron una ciudad en un estado permanente de semihibernación. Las tiendas cerraban los sábados por la tarde y a lo largo del domingo. La vida nocturna solamente transcurría los viernes y los sábados. ¿Dónde estaban los lugareños? ¿Qué andaban haciendo? (Respuesta: la mayoría, jugando al balonmano o viendo la serie Taggart). Pero no se han revisado solamente los horarios de apertura: se ha producido un cambio de actitud a gran escala entre quienes viven allí. Los habitantes de Copenhague parecen haberse sacudido finalmente su desconfianza luterana hacia los placeres sensoriales y los caprichos; han descubierto la confianza y el entusiasmo hacia lo que su ciudad es capaz de ser.

Royal Smushi Café en Copenhague
(Foto: Álvaro Leiva)
La capital danesa se ha beneficiado de algunos alcaldes proféticos —todos han resultado ser socialdemócratas— que han hecho y siguen haciendo inversiones osadas en infraestructuras (terminales de aeropuertos, metros, superautopistas para bicicletas, parques urbanos y cosas así), desde Jens Kramer Mikkelsen, que lo fue hasta 2004, pasando por Ritt Bjerregaard y el actual Frank Jensen. Pero si hay un hombre que encarna el espíritu de la transformación de Copenhague en una ciudad modélica es el arquitecto Jan Gehl. Fue Gehl quien, ya en los años sesenta, señaló que el funcionalismo era deshumanizador y que, en vez de construir en el cielo, la tarea de los arquitectos era promover la vida en las calles. “Pero no se trata solamente de crear lugares donde la gente se pueda sentar a beber capuchinos”, dice Gehl. “Se trata de algo tan básico como poder encontrarnos los unos con los otros en el espacio público”. Gehl ha sido fundamental en la reducción del tráfico en el centro de la ciudad, una de las claves para crear una ciudad vivible. “Hemos demostrado que al establecer calles peatonales y carriles para bicicletas se puede crear una ciudad agradable en la que permanecer”.

Copenhague es una ciudad de bicicletas. Más de la mitad de la gente que ha de transportarse para ir al trabajo elige las dos ruedas antes que las cuatro, lo cual genera una fantástica nivelación en términos sociales: así es como se mueven desde los ejecutivos hasta las señoras que van de cena. La tendencia es que los ciclistas tengan preferencia, pero los conductores rara vez se sienten parias. La mayoría del tiempo el tráfico fluye; milagrosamente, hay sitio para aparcar.
“Copenhague solía ser una ciudad para pobres”, explica el gurú del diseño Jens Martin Skibsted, de la marca Kibisi. “Esto cambió a base de mejorar sistemáticamente las condiciones para familias con niños. Solían mudarse al extrarradio, pero gracias a la nueva atmósfera amigable hacia los niños se han quedado y han compartido sus riquezas al ir cumpliendo años. Al haber más dinero, se da una mayor cultura y un entorno más atractivo”.
La ciudad disfruta de un nivel sin precedentes de atención internacional. En televisión ponen The Killing y Borgen; arquitectos y artistas como Bjarke Ingels y Olafur Eliasson, y los revolucionarios chefs de la ciudad, han capturado la imaginación de sus colegas de todo el mundo. “Yo antes pensaba que Copenhague era una ciudad pequeña”, dice el chef Christian Puglisi, propietario del restaurante Relæ, galardonado con una estrella Michelin, y del café Manfreds & Vin, ambos en Jægersborggade. “Pero en lo que se refiere a la gastronomía, por ejemplo, nos hemos dado cuenta de que se puede hacer algo importante y de alta calidad que le interese al mundo”.
Ciclistas en el barrio de Vesterbro (Foto: Álvaro Leiva)
Jægersborggade, un lugar a evitar en su día, está atestado ahora de pequeños negocios independientes, cafés y bares, todo gracias a su arrojo inicial, y existen numerosos ejemplos de otras calles así en la ciudad.
Nørrebro, un antiguo barrio obrero, sigue teniendo sus retos, con sus viviendas densamente pobladas —algunas, aunque parezca sorprendente, todavía con baños colectivos en el sótano— y la lucha continua por integrar a su población de diversa procedencia étnica, pero es el lugar al que ir cuando te cansas de la conformidad y pulcritud escandinavas.
En los últimos años, Copenhague ha tenido que lidiar con una mayor cantidad de inmigración interna: ahora es el hogar de aproximadamente un tercio de la población del país. Con sentido común, los urbanistas han ido escalonando el desarrollo que requieren estas nuevas llegadas. Hemos visto que en Sydhavn (el puerto sur) y en la nueva localidad de Ørestad florecen interesantes hoteles, oficinas, viviendas junto al agua y la magnífica sede de la radio nacional, Danmarks Radio. Nordhavn (el puerto norte) está en marcha, con la nueva Ciudad de las Naciones Unidas al fin terminada. Las próximas de la lista en acicalarse son las inspiradoras dársenas militares de Refshaleøen, que ya son sede de una multitud creativa y artística en aumento, y la Fábrica de Carlsberg en Valby. Mientras tanto, en la isla contigua de Amager están construyendo una planta de tratamiento de residuos difícilmente carismática, diseñada por el estudio BIG de Bjarke Ingels. Tiene una pista artificial de esquí en el tejado y, aparentemente, va a echar humo.
Entonces ¿por qué Copenhague no es el número uno de esta lista cada año? Bueno, algunos podrían argumentar que debería serlo, pero algo en particular ha cambiado durante los últimos 12 meses, y no es solamente el nuevo y suntuoso mercado de comida, Torvhallerne. Quizá estemos haciendo una especulación, pero nos parece como si Copenhague hubiese sufrido un cambio de humor. En las últimas elecciones generales los daneses echaron a patadas a los xenófobos de derechas que tanto habían agriado las relaciones internacionales del país y que habían dejado a la capital convertida en un oasis aislado de diversidad y amplitud de miras.
Los lugareños siguen quejándose, por supuesto. Se quejan acerca de las obras de la nueva ampliación del metro que temporalmente se ha hecho con numerosos espacios públicos. Se quejan del tráfico y de las leyes draconianas en relación con las bicicletas (la policía tiene mano dura con los ciclistas), pero, a decir verdad, no tienen mucho sobre lo que refunfuñar.

“Los habitantes de Copenhague son gente muy maja”, afirma el chef Puglisi. “Y la verdad es que aquí hay muy buenas vibraciones actualmente”.

Vistas desde el Diamante Negro, la Biblioteca Real de Copenhague
Foto: Álvaro Leiva
Datos de Copenhague: Población: 560.000 en la ciudad; 1,7 millones en la zona metropolitana. » Vuelos internacionales: 140; 24 son intercontinentales. » Delitos: asesinatos, 9; robos en hogares, 3.748. » Horas de luz: promedio anual, 1.539 horas. » Temperaturas: máxima de media, 22º; mínima, -2º. » Tolerancia: una de las ciudades del mundo más amigables hacia los gays. El matrimonio gay ya es legal en la iglesia danesa. » Puntos de recarga eléctrica para coches: 332. » Tasa de desempleo: 6,6%. » Cultura: 14 cines; entre 70 y 80 galerías de arte; 28 teatros; 58 salas de conciertos. » Librerías: 83. » Zonas verdes: 22,6 kilómetros cuadrados o 42 metros cuadrados por persona. » Principales proyectos: actualmente está en marcha una importante ampliación del metro de la ciudad: se construirá una línea circular alrededor del centro. » Vida en las calles: en los últimos años, Copenhague ha desarrollado realmente sus espacios abiertos, sobre todo a lo largo de los muelles, con la estupenda terraza del teatro Skuespilhus, las praderas de Islandbrygge y la playa de Amager. » Cenar un domingo: a las tiendas se les permite abrir, lo cual ha dado mucha vida al centro. Las reservas de última hora no suponen un problema, salvo que se trate de Noma.

NIÑA BUSCA VÍCTIMA (LA CAZA)

La caza (Jagten)
Director: Thomas Vinterberg
Guión: Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm
Música: Nikolaj Egelund
País: Dinamarca 2012

Una vez más, el cine escandinavo demuestra el vigor que adquiere en la gran pantalla una historia bien escrita (Premio al Mejor Guión de Cine Europeo), con buenos actores y dirigida con la maestría  con la que Thomas Vinterberg ha cogido las riendas de La caza (2012), como ya hizo en su momento con La celebración (1998).
Si en la bucólica Dinamarca, donde sus ciudades y pueblos son exponentes del buen vivir y del civismo, a una niña pequeña se le ocurre decir en voz alta que le ha visto «la colita» a un hombre adulto que trabaja en su colegio, inmediatamente se pone en marcha el protocolo correspondiente tal y como marca la normativa del ayuntamiento (Kommune) en cuestión.
La friendly comunidad donde se desarrolla la trama de la película, un sitio donde todos se respetan (y vigilan), se transforma por completo a partir del comentario de la niña, dejando manar una brutalidad propia de los ancestros vikingos que la Escandinavia contemporánea ha sabido apaciguar a través de la educación, la represión con estilo y por la mutua comprensión absorbida mediante las reglas y los castigos nacidos, más o menos, en paralelo con el crecimiento del mejor Estado de Bienestar del mundo.
La interpretación de Mads Mikkelsen (Premio a Mejor Actor en el Festival de Cine de Cannes) en el papel de adulto (Lucas) señalado por el dedo acusador de una niña crecida en un hogar bastante disfuncional y que padece del mismo trastorno que Jack Nicholson en Mejor… imposible (1997) es, francamente, soberbio.
Una vez más, me rindo sin cortapisa a la manera de trabajar, de hacer cine y teatro, de escribir novelas y poesía, que tienen los nórdicos, siempre fieles a sus antepasados August Strindberg, Ingmar Bergman, Knut Hamsun, Aki Kaurismäki… sin concesiones oportunistas con la intención de agradar a los burgueses de medio pelo que puedan salir espantados si tienen que enfrentarse a una historia que no sea un mero entretenimiento veraniego para seres no-pensantes.

PASEO POR COPENHAGUE

Nyhavn
©Carmen Garrido
He tenido el enorme placer de vivir en Copenhague y nunca, hasta leer la columna de Francisco Javier Irazoki, había descubierto una descripción breve y tan acertada de esa ciudad que ha entrado para siempre en mi vida.
Texto de Francisco Javier Irazoki, en Radio París, para El Cultural (21-09-2012)
Paseo por Copenhague. Según los datos de cultura, paz social, economía y arquitectura, es la urbe del mundo donde mejor viven las personas. Su historia no fue tan idílica. Los siglos XVIII, XIX y XX, con epidemias de peste, guerras y ocupación nazi, la sumieron en caos, pobreza, dictadura. Las dificultades han desembocado en una democracia ciclista para cuerpos fibrosos. Hoy la amabilidad y los gestos civilizados son los deportes nacionales. Esta perfección y el orden limpio podrían resultar insulsos, pero han sido realzados por un espíritu de creatividad. Algunos notorios músicos norteamericanos de jazz se instalaron aquí. El saxofonista Ben Webster, el pianista Kenny Drew o el trompetista Thad Jones contribuyeron a las variedades estéticas. La reapertura del Jazzhus Montmartre, la construcción de una Ópera de acústica afamada y las formas futuristas del distrito Orestad consolidan los entusiasmos artísticos. Desde hace más de cuarenta años, la ciudad tiene también su alternativa libertaria, el barrio Christiania, donde aproximadamente mil habitantes viven sus creencias hippies (aunque descreídos de las drogas duras). Acaso gracias a la influencia de los primeros inconformistas, el paseante disfruta con la proporción justa de automóviles en el reino de las bicicletas. Contra el clima áspero se ha pensado un urbanismo a favor del placer y, con tiempo soleado, los lectores ocupan las sombras de árboles y terrazas. Su afición la limita un ligero aislamiento, porque en las librerías se exhibe insuficiente litera- tura extranjera. En verano, Hamlet, príncipe de Dinamarca, consuma su otra venganza en los grandes parques de Copenhague: el arte de vivir.

EN EL ANDÉN DE VALBY

Estación de Valby, Copenhague
Publicado en Letralia Nº 178
Lo que escribo a continuación me lo contó un amigo, Henrik Clausen.
Cuando lo conocí, sus ojos chiquitos y acuosos me transmitieron curiosidad. Detrás de aquella mirada tenía que haber o bien un hombre sin nada que mostrar o uno con mucho que ocultar.
Un día de comienzos de febrero, cuando cayó la noche temprana, fuimos juntos hasta el barrio libre de Christiania.  Después de muchas cervezas y un par de porros me narró una historia que, según afirmó, le había ocurrido a un amigo de él treinta años antes. Se trataba, como en el caso del mismo Henrik, de un chico llegado a Copenhague procedente de un pueblo perdido en los confines de la península de Jutlandia.
Una tarde gris de domingo de 1972, el muchacho en cuestión se montó al tren en la estación de København H. Se sentó y mantuvo la mirada fija en el cristal, viéndose a sí mismo reflejado en el vidrio, con el flequillo hacia un lado y los ojos claros y diminutos.
Dicen que ha muerto el rey, oyó que alguien le susurraba cerca del oído, pero no prestó atención.
Un gran dolor lo apenaba tanto que no ha podido seguir viviendo, volvió a insistir la misma vocecita aguda y susurrante.
Miró hacia la izquierda y una mujer pequeña y totalmente calva, vestida de negro, lo observaba.
¿De qué me habla, señora?, le preguntó el amigo de Henrik.
Ella abrió los ojos, como si le estuviese preguntando una obviedad, algo conocido por todos. Sacudió reiteradas veces la cabeza, sin comprender la estúpida pregunta del otro y se volteó hacia el pasillo, evidentemente molesta.
El tren se detuvo en la estación de Enghave. Descendieron dos chicas con sus bicicletas. En la siguiente parada debía bajarse el amigo de Henrik.
Se puso de pie y se aferró al travesaño de hierro.
Tenga cuidado, los secretos de la Corte danesa son muchos y no faltan los peligrosos. La mujer se había puesto de pie a su lado y le hablaba de puntillas, acercándose tanto como podía a su oreja.
Las puertas se abrieron. El joven sintió el aire helado que corría por la estación desnuda y se dejó envolver con su abrazo. Respiró hondo y continuó la marcha hasta el final del andén. No había nadie allí, las taquillas ya habían cerrado y el estanco también. Volteó la cabeza hacia atrás. Sentía que el corazón le palpitaba a mucha velocidad y las piernas le temblaban de miedo. Quitó el hielo acumulado en un banco y esperó sentado, contemplando las vías que se perdían en la niebla y el portal de su piso, que se hallaba cruzando la calle. Trató de serenarse, de calmar la taquicardia.
Sintió las manos agarrotadas y se las llevó a los bolsillos.
La imagen en sombra de la misma cabeza calva se fue acercando con lentitud y le heló el cuerpo. Se dio vuelta y allí estaba, mirándole directamente a los ojos celestes y pequeños.
No tema, pero cuídese.
¿Usted quién es?
La mujer se limitó a sonreír. Una sonrisa que se fue apagando hasta desaparecer.
La noche de Valby olía agridulce.
El amigo de Henrik cruzó la calle y entró en su casa. Subió las escaleras y se asomó a la ventana. Miró hacia el andén de la estación. La mujer del tren estaba tendida en el suelo junto al banco del andén y debajo del reflector de luz, con el cuerpo yaciendo sobre una mancha oscura.
El muchacho se llevó una mano al pecho con el puño cerrado y se miró la otra mano, la que empuñaba una navaja. Tenía los dedos moteados y el abrigo salpicado de puntos rojos.
Henrik Clausen pidió otra cerveza y enmudeció. Tenía alrededor de cincuenta años, con más papada blanda, menos cabello y los mismos ojos celestes, pequeños y acuosos que durante mucho tiempo me habían intrigado.

ANOCHECER EN EL BÓSFORO

Bósforo
Foto: Carmen Garrido

Henrik Nordbrandt (Copenhague 1945)
Del poemario: Nuestro amor es como Bizancio
DeBolsillo 2010
ISBN 978-84-9908-187-8
Premio del Consejo Nórdico de Literatura 2010

La tarde entra en su autoencendimiento

y de repente todos los rostros surgen
a un tiempo oscuros y opacamente relucientes
como profundos cortes en un feldespato
que una vez le regaló el amante
a su novia ahora quemada o ahogada
en cuyos sueños nos vemos como muertos
remeros enjaulados en negras cuadernas
en una galera hundida, desmantelada.
A Estambul eternamente, por lo que ella sabe



HÆVEN (EN UN MUNDO MEJOR)


Dirección: Susanne Bier
Reparto: Mikael Persbrandt, Ulrich Thomsen, Trine Dyrholm, Markus Rygaard, William Jøhnk Nielsen…
Globo de Oro y Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa
País: Dinamarca

La violencia con toda su furia en un escenario inestable como puede ser un campo de refugiados en África, uno más de los tantos que conocemos por las noticias, o la violencia soterrada en un escenario que aparentemente funciona como una pieza de relojería: Dinamarca.

Susanne Bier crea un drama que no da tregua durante todo el tiempo que dura la película. Quizás, nunca es posible asegurarlo con certeza absoluta, sea de las mejores películas que he visto en el último año.

Tráiler: http://www.youtube.com/watch?v=NIJ6yKFx61I&feature=fvst