Buenos Aires

OSCURA MONÓTONA SANGRE

by Alejandro Kirchuk

Se la escucha teniendo sexo en la madrugada. Los vecinos permanecen agazapados en la oscuridad de sus habitaciones a la espera de que los sonidos del goce se extiendan en el tiempo. Ellos cronometran los gemidos y por el día contrastan a escondidas los resultados de la observación. Y también se reúnen para que la mujer adulta que ha decidido alquilar su cuerpo a hombres adultos sea expulsada de un edificio del Barrio Norte porteño.

Al otro lado del Riachuelo, en la parte más baja de la tantas veces agreste y salvaje Buenos Aires, la vida se vende a un céntimo por día. Las niñas, nada más nacer, huelen el sexo de los hombres. Al llegar a la adolescencia son expertas amantes que copulan por unos pesos en acelerada devaluación en los asientos reclinados de coches aparcados en callejones oscuros. Pequeñas mujeres que también acercan sus naricitas a las drogas baratas con la vaga ilusión de sobrellevar unas condiciones de vida miserables y afrontar futuros muertos.

De repente, aparecen esos hombres hechos a sí mismos cansados de sus mujeres edulcoradas, capaces de lo que sea con tal de que no le rocen ni un pelo a sus hijas y deciden bombear la adrenalina entre las piernas de las adolescentes de las villas miserias. Y surge la sangre. Porque alguien empuña un arma y ese mismo alguien u otro cualquiera aprieta el gatillo.

¿Cuánto vale realmente una de esas vidas? Poco, casi nada, es una baratija, tan sólo un capricho al alcance de cualquiera.

Oscura monótona sangre (Tusquets Editores Argentina 2010) es una novela de Sergio Olguín y por la que obtuvo el Premio Tusquets Editores de Novela en 2009. Una narración áspera de «amores» desiguales en una Argentina degradada al extremo.

BALADA PARA UN LOCO

© blog De vuelta con el cuaderno



Música: Astor Piazzola
Letra: Horacio Ferrer
Voz: Amelita Baltar (vídeo)



Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos… Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!… Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo…

(Cantado)

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…
No ves que va la luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños, con un vals,
me baila alrededor… ¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste… ¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!
El loco berretín que tengo para vos:

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.

¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote hasta sentir
que enloquecí tu corazón de libertad…
¡Ya vas a ver!

(Recitado)

Salgamos a volar, querida mía;
subite a mi ilusión super-sport,
y vamos a correr por las cornisas
¡con una golondrina en el motor!

De Vieytes nos aplauden: «¡Viva! ¡Viva!»,
los locos que inventaron el Amor;
y un ángel y un soldado y una niña
nos dan un valsecito bailador.

Nos sale a saludar la gente linda…
Y loco, pero tuyo, ¡qué sé yo!:
provoco campanarios con la risa,
y al fin, te miro, y canto a media voz:

(Cantado)

Quereme así, piantao, piantao, piantao…
Trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!
¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!

Quereme así, piantao, piantao, piantao…
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir…
¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará!

(Gritado)

¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Loca ella y loco yo…
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Loca ella y loco yo

LOS LIBROS NO TIENEN POR QUÉ SER DIGESTIVOS

Por Hernán Firpo
Para Clarín (10.09.2013)



Néstor Andersen en el escaparate de Lilith Libros
(by Lorena Lucca)



Néstor Andersen tiene una librería, Lilith Libros, en la calle Paraguay 4399, en el barrio de Palermo de Buenos Aires, en la que sólo vende los textos que le gustan a él. Y en la puerta promociona menús literarios para indigestarse.
¿Para que sirve ser librero si después el libro más vendido es Cincuenta sombras de Grey? Cuánto mejor, cuánto más barato es poner un empleado del mes de McDonald’s que no sepa si Raymond Carver va con be o ve y sospeche de que Frank Kafka sea un autor kirchnerista.
“Una librería no es un comercio cualquiera – nos interrumpe Néstor Andersen, Andy de ahora en más –, así como tampoco lo son las peluquerías, las conozco muy poco, je, o las disquerías, cada cual tiene su supuesto tesoro, su piedra filosofal. En este barrio tan afecto a la gastronomía, yo suelo hacer menúes literarios cuya ontología consiste en la indigestión. En realidad, los libros no tienen por qué ser digestivos. Si lees La parte maldita, de Georges Bataille, no hay posibilidad de decir: me lo devoré. Un buen libro, como un buen vino, se demora, debe dejarte una cicatriz… Vos me preguntabas para qué sirve un librero: hay un proceso de transferencia entre librero y lector que implica poder vincular escritores como William Faulkner y Carson McCullers, y después hay libros, muchísimos, para la monumental aglomeración no lectora de nuestro país. Pero así como el lector de best sellers no discrimina, mi trabajo es cada vez más importante. Yo soy el que tengo que contrapesar el trabajo del reseñista y la furia de las editoriales con la búsqueda de calidad. Ese es mi capital, es la manera en la que puedo lograr fidelidad”.
Librópata : dícese de la persona que padece adicción patológica al libro.
Librómano: dícese de la persona que actúa apasionadamente delante de lo que para muchos es un sánguche de hojas.
Librero: dícese de la persona que pudiendo ser librómano o un librópata corre el riesgo de convertirse en despachante de esos sánguches de hojas. Existen pirómanos, cleptómanos, megalómanos y Andy es, según como amanezca, librómano o librópata. Nunca librero, a menos que “a la gente que trabaja en las cadenas pueda llamárselas de otro modo”, se ilumina. “Hablando en serio, las librerías de cadena tienen gente valiosa que fue malgastada por la utilidad y las recomendaciones obligatorias. Yo solamente opino y lo demuestro en lo que sugiero”.
En lo de Andy no se vende cualquier libro aunque, ojo, Andy no quiere tener nada que ver con los nichos. Andy, simple como un tema de Andrés Calamaro, repudia poner otro ladrillo en la pared de la cultura de las diferencias. Él vende lo que le gusta. Hay autores que directamente no pasan por la puerta de su local y hasta disfruta de su lista negra de 100 escritores que nunca jamás entrarán a Lilith Libros, en Palermo (a guglear la dirección, chicos, siempre hay algún cretino que puede confundir esto con un chivo).
Dice: “Todavía quedan esas librerías donde se va a charlar y donde el lector da libre curso a sus fantasías y expresa sus búsquedas. Creo que las cadenas tampoco saben cumplir esta función”. El librópata se parece al librómano. Andy se muerde la lengua. Sabe quién es Paulo Coelho y sabe quien es Dan Brown, pero se hace el zonzo. Cuenta que con Nik todo bien, “el problema es con el gato. No me gusta nada”. Y si no le gusta, no lo vende. “El de la distribuidora me quiere matar, me dice que Gaturro puede salvarme el mes… Y bué, allá él, yo no me lo banco”. El librómano arma la vidriera con sus propias manos, va detrás de un libro hasta las últimas consecuencias (“Ando rastreando a Josefina Vicens, ¿te suena esa escritora?”) y tiene una mesa de novedades, novedades para él, cosas que lo estimulan, lecturas que le cambiaron la vida. Hace años que entre sus “novedades” está La intemperie, de Gabriela Massuh. “Un libro fundamental”, asegura.
Nótese que estamos hablando de un vendedor arbitrario, un hombre con intereses más teóricos que reales. “Los best sellers siempre se apilan, nunca van acomodados en estantes”, dice. ¿Serán las columnas de un negocio que se derrumba? El acto de aislamiento, parece –esto tiene categoría de leyenda urbana– habría empezado cuando un libro de Gilles Deleuze empujó a otro de Wayne Dyer, autor de Tus zonas erróneas. Dyer rodó por el piso y sus hojas se volaron. Esto habría ocurrido en una sucursal de Barnes & Noble, en los Estados Unidos. La fábula cruzó fronteras y océanos: desde ese día, un día impreciso entre 1993 y 1998, el best seller perdió el espacio simbólico de la biblioteca para convertirse en un ¿cimiento?
“Hoy entró una mujer de unos 50, muy bella, jamás la había visto. Le dije si necesitaba ayuda y se quedó revolviendo alrededor de media hora. En un momento quiso saber el precio de un libro y noté un raro acento en su voz. Le pregunté de donde era y me dijo Rusia, con un tono muy imponente. Luego siguió mirando hasta que se acercó con otro libro y le pregunté acerca de sus autores rusos preferidos, a lo que me respondió ¡¡Bukowski!!… Le dije que era alemán y nos quedamos charlando más sobre su trabajo, la Argentina, pavadas… En las cadenas tampoco tenés tiempo para estas cosas”.

MIRANDO PASAR LOS TRENES

Obra ganadora del Concurso de Autores Nacionales 2009

Autor: Daniel Dimeco

Con: Cristina Dramisino, Miguel Ángel Villar y Julieta Fernández

Dirección: María Esther Fernández

Teatro El Búho, Tacuarí 215, Buenos Aires

Mirando pasar los trenes es una metáfora encarnada en cuerpo de madre sobre la ceguera de todos los seres humanos.

¿Hasta dónde somos capaces de ir para conseguir nuestras metas? ¿Cuánto y qué estamos dispuestos a sacrificar en pos del éxito?

Tres personajes. Un sitio en guerra y el goteo escalofriante de trenes, gatos y pájaros.

Mirando pasar los trenes , de Daniel Dimeco, autor argentino residente en España, ganó en el año 2009, el primer premio del Concurso de Autores Nacionales, organizado por nuestro teatro: El Búho.

El jurado compuesto por las dramaturgas Beatriz Mosquera, Alicia Muñoz y María Esther Fernández, docente y directora, eligió la obra considerando que la misma tiene una sólida estructura, personajes bien definidos, y nos muestra como algunos sectores de la sociedad con dinero y prestigio, alimentan su poder viviendo de la guerra y de la muerte.

Es la tercera obra, que salida de nuestro concurso, ponemos en escena dando, de esa manera, la oportunidad a que todo autor argentino, residente o no el país, pueda dar a conocer sus obras.