EL MAL DE PORTNOY

Condones japoneses

Ojalá alguien, de algún modo, consiguiera liberarme de mis obsesiones: la felación y la fornicación, los amoríos y la fantasía y la revancha, ¡las muescas en la culata y la persecución de sueños!, ¡esta desesperada e insensata lealtad al pasado más antañón!…

En El mal de Portnoy (DeBolsillo 2012), de Philip Roth, como en las comedias de Woody Allen, la madre es el virus letal que inocula a los hijos las más terribles aprensiones y taras que van a marcar de por vida las relaciones amorosas y sexuales de las víctimas. Instantes que van desde el humor más ácido a la tragedia sin intermedios. Dice Alex Portnoy, el protagonista, hijo de padres judíos sufrientes por los posibles avatares del futuro: ¡Anda que menuda lista de agravios tengo! ¡Anda que son pocos los odios que llevo dentro sin haberme enterado!

Por alguna extraña razón, el autor nacido en Newark siempre acaba enredándome en sus historias, incluso en este «mal» que por momentos su narración se alarga más de lo conveniente. Empiezo a leer sus novelas y enseguida escuece la epidermis. La temática de la culpa entra en acción en El mal de Portnoy y recorre el cuerpo a través del torrente sanguíneo (judío o cristiano), hinchando los capilares, regando el cerebro y sembrando de terrores al niño-adolescente: miedo a la sífilis si mira el coño de una shikse (mujer cristiana), enfriamiento y muerte si asoma la cabeza por la puerta un día de invierno, problemas gástricos de por vida si come una hamburguesa fuera de casa (y probable muerte). Padecer estreñimiento de por vida como le ocurre a su padre y un largo etcétera de temores incubados desde el nacimiento al arrullo doloroso de la yiddishe mame. ¿Y qué mejor que Charles Aznavour para este momento: Elle organise, elle décide tout au long de sa vie.

A diferencia de otras novelas de Roth como Me casé con un comunista, Pastoral americana o La mancha humana, El mal de Portnoy se cuece a fuego lento en la propia cocina de una familia judía estadounidense y resalta la imposibilidad (enfermiza) de anteponer el amor por encima del juego erótico, de los meneos corporales y apasionamientos de tonalidad wagneriana que afectan al protagonista.

Un comentario

  1. Se embarra uno a gusto en el Lamento de Portnoy con los vaivenes de los tormentos y los gozos «ciegos» del autor y sus personajes. Aunque yo me siento mucho más involucrado, introducido, colgado y volanteado con el máximo de cinismo, desesperación y enlodada pasión por los más bajos instintos de lo que considero su obra maestra: El teatro de Sabbath, lasciva y cómica, trágicamente divertida porque Roth consigue que uno se identifique con lo peor de uno mismo… en un mar de imprevisibles satisfacciones.

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